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- Da la impresión de que al narcotráfico y sus estelares elencos se les quisiera declarar patrimonios culturales intangibles
Ignacio Ruelas Olvera
Aguascalientes, Ags, 25 de febrero 2025.- (aguzados.com).- Es conocido que la sociedad mexicana padece posmodernidad política, una etapa del pensamiento bastante retrasada de conformidad al avance de la revolución de la luz en información y comunicación.
Cultura, política, enseñanza, educación, ética, moral, han experimentado un puñetazo de fragmentación y desintegración, las conducen a una obscena e inadecuada interpretación insensible e irresponsable de pluralidad, micro narrativas y posverdades, están en escena; la primera, se predica desde megáfonos oficiales; la segunda, “verdad omnímoda” desde la voz de primera minoría política, toda verdad contraria es desacreditada desde madrugadora agenda política.
La pluralidad no es crisis, son voces diversas en discusión para dar ruta a los pensamientos de circunstancias y solución a problemas sociales. La narrativa del poder público nos dice que no hay más perspectiva que trepar al piso segundo. Tener ideas no tiene que ver con ideologías, éstas abrazan doctrinas.
El lenguaje ordena pensamientos, conceptos, imágenes, para dar contenido a la opinión. Pluralidad no es camino de desorganización. El desorden es espacio de indolencia e insolvencia. El “yo” disfrazado del “nosotros” cancela arbitrajes políticos y éticas adecuadas. Una prueba de ácido es la despolitización lograda por la manipulación y el quebrantamiento político.
El espectáculo secuestró la política, por supuesto a la cultura, en una suerte de “cadena nacional” se dicta la agenda política en modo comedia. Basureo, chantaje, afectación de emociones, subsunción de oposiciones…, son el menú comunicativo de las auroras del pueblo.
En la esquina de enfrente, las oposiciones han perdido fondo y forma, motivación y fundamento, contenido y enjundia. Son auditorio pasivo que deroga discusiones y deontología política. Oficialismo y oposición sin debate. El cinismo subió a escena produciendo desencanto por la política e incredulidad en partidos. El cinismo se opone al cambio, entonces, la transformación está extraviada.
El estilo de gobernar no ha sido estudiado, meditado, valorado, analizado por los contrarios, no han comprendido ni interpretado las dinámicas del poder de la transformación anunciada como parusía política. No se han enfrentado a una izquierda “no creyente… gracias a Dios,” extraviaron la lección disruptiva de maranata, (Cristo viene), expresión que nos dice como Heráclito: TODO CAMBIA.
La forma de hacer campañas electorales y modos de ejercer gobierno de la primera minoría les ha dotado un gozo del despotismo mayoritario.
Manipular es una asignatura populista que se deleita con movilizar las masas, construyeron, incluso, una rara e imparcial ecuación para calcular aforos del Zócalo, CDMX, espacio donde las emociones son puestas al rojo vivo, corazón en la mano, símbolos y datos falases son nodos de enlace exaltados que secuestran y aíslan la razón.
Ideologizar deleita al “pueblo bueno” y le dicta cómo debe pensar y actuar, cómo disfrutar el concepto “bienestar” convertido en “objeto de deseo” con paradójicas gratitudes por los derechos constitucionales.
Los abuelos de la primera minoría, en antaño, participaron en “la marcha del silencio”, 1968; en hogaño, no soportan transgresión de normativas, ni de límites morales.
Su poder político no le da beneplácito a la contracultura; romper el orden establecido es motivo de escándalos mediáticos, condenaciones a quienes tienen perspectivas, visiones y voces distintas, quiénes, sin embargo, no han logrado identificación colectiva real, ¡claro!, excepto cuando se dispersan becas y apoyos “bienestarianos”.
El disfrute de identidad lo impulsan en modo patriota, con ritos, signos, símbolos, narrativas inconexas, ocurrencias dispendiosas... En su vicio del monólogo se auto victimizan, obtienen simpatías, apoyos, adhesiones emocionales y hasta apologistas falsarios.
Han llevado a la política a una distrofia ética. Han abusado de crítica emocionada a la moralización de “izquierda” y formas culturales sobre personajes, documentos, capítulos de la historia, llevados a profesar una moralina desmedida y una mala y desagradable didáctica en la que lo baladí queda colocado en el centro de su discurso.
Se ha perdido la visión política, su adecuada dimensión, con ello sobajan los principales problemas y urgentes soluciones para que la escena la ocupe solo el espectáculo político.
Es fundamental rescatar la gran narrativa de la política que es sumatoria de múltiples voces y culturas mediante predicados que sean espejo de la realidad: verdades, disensos, diversidad... El pensamiento de Marx es apropiado, filósofo de la sospecha, solo “un mísero detalle” deben leerlo bien e interpretarlo mejor, apoyarse en la dialéctica como matraz y microscopio de las necesidades. Además, con pensamientos actualizados a la circunstancia presente para que transformen la realidad maléfica.
La atención de problemas urgentes es ensordecida con vulgaridades, temas safios que contienen emociones profundas distractoras del diálogo político.
El estilo de gobernar produce y promueve una visión catequista de los problemas sociales, en lugar de propiciar el debate ético sobre las soluciones.
Seguimos náufragos en “las causas”, una falacia desmedida, mientras los problemas nos aniquilan.
Da la impresión de que al narcotráfico y sus estelares elencos se les quisiera declarar patrimonios culturales intangibles.