
- El poder político debe dar virtudes
Ignacio Ruelas Olvera
Aguascalientes, Ags, 13 de mayo de 2025.- (aguzados.com).- “Nosotros” en connotación de hegemonía, es decir, nadie más. La otredad es una ruta del reconocimiento, también una táctica de dominio político con desafío a la ley. En política la autoridad se forja en el marco de la norma y con políticas públicas adecuadas.
Es preciso que el sometido sucumba para cambiar los roles, juzgar al dominador, detener su agresión. El electorado se ve enajenado-dominado por una sola estrofa, por ello es justo que ejerza sus derechos para que pase a ser dominador, tiene la majestad y el poder de hacerlo, el PACTO MAGNO: “votar y ser votado… en libertad y autonomía”.
El poder público se pierde y se gana en las elecciones constitucionales; el punto es NO eludir la ética política que es alma de la ley. Basurear a Ernesto Zedillo por no coincidir, no es camino, es intolerancia y tiranía.
El poder político debe dar virtudes. “La dictadura perfecta” está en el pasado y nada se puede hacer. Hacer lo mismo es una infamia. La ruta democrática es junto a los contrarios. Los odios, rencores y venganzas son peligrosos para el dominador. ¡No merecemos estar así!
La dialéctica del rencor político es signo de odio radical, al no razonar la experiencia se ejerce el poder para destruir acuerdos instituidos. La transformación no va de razones ocurrentes a la crueldad. El reconocimiento de los “Otros” y de sí es árbol de buena política, saber escuchar y debatir para lograr acuerdos a partir de vínculos éticos.
Es decir, la política es cartografía del bien colectivo, sin exclusiones; de la misma manera que se vela por el bien personal. El bien abraza a todos, con el yo incluido. Me decía mi Papá que estas reflexiones las aprendió con Luis Villoro, “Yo soy parte del todo, piensa, lo que le perjudique me perjudica, su bien es el mío. El eros triunfa: porque lo otro está en lo uno…” (Villoro, 1997, p. 360).
Saber qué somos es estrategia de vida en sociedad. Es prueba de ácido para los que ejercen el dominio, reconocer otras posibilidades, es la figura del “Otro”, las palabras divergentes, las otras opciones, lazo social con lo diferente.
No hemos podido llegar a ese estadio, a pesar del discurso. Quienes gobiernan ahora no comparten la realidad intensamente diferente, son movimiento a una sola voz; en las consignas ideológicas, no le demos vuelta, lo que pende depende.
En política se asume la responsabilidad del “Otro”, el gobernante se debe hacer cargo del “Otro” que es el verdadero pueblo sin adjetivos, visibilizado, sentirse parte del mundo.
La primera minoría no quiere comprender que pensar en la otredad no es alinearse a retóricas de las transformaciones, debería asumirse dentro de la natural discrepancia.
La soberanía que tanto escuchamos en el discurso gobernante es el lugar que se produce para reconocimiento del “Otro”. La designación constitucional de igualdad en derechos es la sobada “soberanía nacional”, alma de un “pueblo bueno y sabio” que es el conjunto de individuos iguales ante la ley, espíritu del Estado de Derecho con rostro de autoridad.
Lograr el poder legal, legítimo y no cuidarlo mediante el ejercicio de política seria, coherente, humanista, sin rencores, sin odios, sin culpar ni a personas ni al pretérito. Es una contradicción a la responsabilidad constitucional, una inentendible dialéctica.
Para dignificar el poder público son innecesarias las “exégesis jurisprudenciales en modo camaradas”, son superfluos los apologistas gritones y ocurrentes, son nimios los mayoriteos sin discusiones, son despóticas las decisiones de un solo dedo… Escenarios que revelan “apocalipsis de la izquierda”, una crisis ideológica debido a la transformación de los paradigmas tradicionales.
Las ideologías a modo nublan el panorama, los populismos de izquierda y derecha se asemejan, sus políticas públicas se vuelven cada día más difusas, terminan con actitudes tecnocráticas y autoritarias.
Desconocer al “Otro” es la desesperanza, colapso inminente de la sociedad en su conjunto, que, sin porcentajes, tiene percepciones distintas a las narrativas oficiales.
La buena política reclama óptimas decisiones, respeto al Estado de Derecho, a la “democracia como forma de vida”; los descuidos políticos que padecemos llaman a una arremetida por la ética política. La pluralidad no es pérdida de control.
Los movimientos socialistas y comunistas del siglo XIX pasaron de luchas revolucionarias a estrategias institucionales dentro de la democracia.
Es preciso que quienes se dicen de izquierda coyuntural deben repensar sus fundamentos para adaptarse a los fenómenos sociales actuales.
Considerar la filosofía del instante, el mundo heredado por la velocidad de la luz que diseñó un mundo que aún no comprendemos.
La ética en su esencia política produce carácter para enfrentar creer y conocer realidades de ideología y poder para estar seguros de hacer crítica responsable ante los “Otros”, con posicionamientos, morales, éticos, jurídicos, políticos… que cuestionen lo instituido como dirección de actualización política, sin daños.