- Como ametralladoras disparan mentiras a velocidades impresionantes pidiéndole al santo Goebbels conviertan las falsedades en verdades
Ignacio Ruelas Olvera
Los microclimas ideológicos hoy integran una atmosfera de posverdad; “las supuestas” izquierdas se afanan en el espectáculo y la violencia de las que penden. Se autoproclaman doctos en propaganda.
Como ametralladoras disparan mentiras a velocidades impresionantes pidiéndole al santo Goebbels conviertan las falsedades en verdades; su discurso refleja ilusiones impositivas, autoritarias…, de un monologo imaginativo, excluyente, pervertido…, en el que recrean una discusión sin deliberación, sin diálogo, solo mandatos y condenaciones.
El análisis de la verdad no deja dudas, “los adversarios”, los que tienen argumentos en contrario se enfrentan a una “Inquisición” que los convierte en condenados al cadalso mediático. “Los adversarios” razonan mediante argumentos lógico-formales, con conocimientos prudentes, pero se enfrentan a los gritos de la descalificación “ad hominem” a evocaciones históricas que nutren los absurdos.
Cuando escuchemos las peroratas de alborada cotidiana, como buenos ciudadanos informados, evaluemos el discurso corporal que refleja la actividad cerebral del interlocutor en calidad de ordinario juez de la vida social.
Sus reacciones de amígdala en el lóbulo temporal se intensifican cundo desvela el engaño. En su comportamiento además de cancelar el diálogo, el interlocutor inválido como juez único muestra un conjunto de impudicias muestra de un debilitamiento gradual de sus capacidades, intelectuales, emocionales y comunicacionales.
Es real que son mayores los atropellos que muestran cómo se le produce una pérdida de escrúpulos. En la construcción de nueva ciudadanía debemos aprender a predecir los niveles de deshonestidad del interlocutor invalido mostrando su verdadero rostro. Un análisis que trascienda las propias palabras, que mire y denuncie sus conductas canceladoras del coloquio.
En ese mérito se impulsa y desarrolla la deshonestidad académica, los plagiarios alzan la voz, anuncian su inocencia, lo hacen de manera ofensiva defendiendo sus incapacidades intelectuales. Sus enunciados mienten, pero su propia apología discursiva los delata.
Si un interlocutor miente y sabe su mitomanía, siempre hay señales que lo delatan. La vida compartida no busca quién puede engañar mejor, esa es la pedagogía que enseña a entender, detectar y procesar las indicaciones corporales, la lección está en sus reacciones corporales un guiño, una mirada, una mueca...
En el ámbito de la posmodernidad “ha causado estado” el criterio que niega la posibilidad de juzgar a una persona en sus comportamientos por vía de los criterios de otra persona. Con ello se ha impedido de manera violenta una vida con virtudes deseables, empero ha tomado carta un novedoso sistema de convivencia violento.
Debemos dimensionar este fenómeno en el cual lo que “el yo” dice es la verdad. El otro jamás le dará crédito a sus razonamiento lógicos, lingüísticos, jurídicos…, tratará de liquidarlos vía publicidad.
Nuestra sociedad ha perdido en los últimos años sus pivotes de referencia, ha perdido el sentido de la historia y del porvenir, hemos aceptado una atmosfera maniquea en la que eres bueno o malo, se es fifí o pobre… no emergen lideres a la altura de los problemas de esta transición y de la referida transformación, los líderes que emergen en medio de la alterada y violenta manera de convivir nos muestran un alto peligro de despotismo.
Por una sencilla razón, el poder que se tiene en las relaciones cotidianas más el poder público en modo postmoderno supone un retroceso cultural.
La formación ética otorga carácter para esculpir virtudes en los valores.
En todos los ámbitos sociales la vida se puede medir en un signo que anima y fortalece a pesar de los desmayos éticos.
En nuestra Patria padecemos un ambiente desfavorable a la sana convivencia, se destruyen los logros y avances.
Decía con justa razón el comediante Héctor Suarez “¿Qué nos pasa?” las lecciones de la vida no son emitidas por Apolo, la vida misma es hija de Dionisos, la vida es un bullicio que muestra que el retórico pueblo no existe, su lugar lo ocupa una sociedad difícil, compleja, plural, diversa, cada día más exigente e informada.
Nos hemos negado a “aprender a aprender” o no queremos aprender.
Aceptamos y hacemos muchos disparates, ocurrencias, incoherencias…, aceptamos un sujeto que auto proclama: “la ley soy YO” y por ello la impone, los medios de comunicación han sido alcanzados por las comunicaciones a la velocidad de la luz, por una razón, el periodismo es amenazado por el sepulturero, de manera que la posverdad es modo de la comunicación.
El “YO” que condena a unos, que es apologista de otros, que condena, maldice, vanagloria, perdona… como personificación de la ley no solo determina qué es bueno o qué es malo, quién es conservador, quién es liberal.
Llega al extremo de señalar cuál es la vida que vale la pena vivir y cuál no, ¡al diablo con la libertad, la autonomía, la voluntad!, somos testigos de los destrozos del progreso institucional que la ciudadanía se ha otorgado mediante su actuación democrática…