- Soberanía y representación
Jorge Varona Rodríguez
Aguascalientes, Ags, 11 de diciembre de 2022.- (aguzados.com).- Las elaboraciones teóricas respecto de la representación política destacan algún aspecto de un tema que posee varias aristas. Pueden resumirse así: 1) autorización (elecciones periódicas); 2) autoridad para tomar decisiones a nombre de los representados; 3) responsabilidad (sujeto a la aprobación o sanción del electorado); 4) rendición de cuentas. Sin embargo, unas y otras posturas apuntan a la idea de hacer equivalente gobierno representativo y soberanía popular (Hanna Pitkin, P. 61)
La representación “es una cuestión de división del trabajo [político] en una sociedad; y cuanto más compleja y avanzada sea la sociedad, más necesidades hay para la representación” (Pitkin). Incluso, ocupado el ciudadano en sus asuntos e intereses privados, requiere (elige) representantes que en su nombre se hagan cargo de los asuntos públicos y decidan por ellos, en el supuesto que el representante actuaría exactamente –o lo más aproximado posible—a lo que el pueblo mismo haría, “si tuviera el conocimiento, intuición y experiencia” del propio representante. De ahí deriva la idea de la distribución institucional de las responsabilidades: los asuntos de Estado reclaman “conocimiento especializado” y “sabiduría”.
Platón lo propuso en La República, gobierno de los sabios (filósofos). Montesquieu, la distribución social del poder. Max Weber, la clase burocrática. Posteriormente (Gramsci, Mosca, Poulantzas) la clase política o la “tercera clase” (política o tecnocracia) que actúa por o a nombre de la clase de los propietarios, respecto a la democracia real, o según la teoría trabaja por el pueblo en beneficio del pueblo.
Ahora bien, la representación política surge de la necesidad de hacer y decidir sobre temas de los cuales la gente nada o poco sabe o entiende. Esto es, el pueblo elige gobernantes y legisladores para que no sólo actúen sino piensen por los ciudadanos (al caricaturizar la democracia estadunidense así lo explicó Homero Simpson a su hija Lisa). O, extrapolando a Burke, representación política es el gobierno de la élite. Una especie de aristocracia electiva.
Para Pitkin la representación es una relación problemática pero esencial entre ciudadanos y democracia, bajo el supuesto del interés de la gente “para participar en las decisiones de la comunidad y compartir la responsabilidad de la definición de las normas”, en el entendido de que la política es “la conciliación de los intereses competitivos”, pero, y ahí empieza la controversia, “la representación debe significar la exclusión de la mayoría de la gente” (Prefacio a la edición española).
La democracia representativa así entendida significa, entonces, el proceso por el cual se legitima la toma de decisiones (legisladores y gobernantes), ya sea que se asuma como auténticamente representante de toda la nación con sus valores simbólicos generalmente aceptados, o bien como, en la práctica común, una élite política que responde a los intereses de clase o de partido (o la cúpula que controla ese partido, usualmente se identificada con intereses de clase.
Desde el comienzo, cada minoría llega a ostentarse no sólo como mayoría sino como expresión del todo social. En un primer momento, cualquier porcentaje de ciudadanos que emita su voto es considerado como la totalidad del electorado; 2) la mayoría de esos votantes, a su vez, se asume como la voluntad de todos los electores; 3) quienes así son elegidos representan válidamente a toda la nación; y, 4) la mayoría de la asamblea legislativa que decide acerca de una ley cualquiera se toma como decisión del pleno que, en este orden de ideas, representa al pueblo íntegramente.
Rousseau define que (El Contrato Social) la voluntad del individuo no puede ser suplantada por otro y, si así fuese, no se trata de representación sino de dominación. Y prosigue: el pueblo pierde su calidad de pueblo si promete obedecer y por ese acto deja de ser soberano y el cuerpo político se destruye.
Desde que se admitió el vínculo estrecho entre sufragio ciudadano y gobierno representativo, se ha desplegado una dinámica ideológica centrada en “las características políticamente relevantes que deben ser reproducidas” en la representación, o los rasgos significativos que debieran figurar en el representante en lo individual y en el cuerpo legislativo como institución que, en efecto, sea representativa de la nación. Esas “características relevantes” son la transcripción o manifestación de la voluntad mayoritaria de los ciudadanos, aunque acotada, de principio a fin, tanto por sus condiciones materiales de existencia como por los aparatos ideológicos del Estado.
En última instancia, ello no es sino la dialéctica de la contienda social y política, la lucha de clases por el poder del Estado. De ahí que, en conjunto, las explicaciones y reflexiones filosóficas, históricas, jurídicas, sociológicas y políticas, aunque bajo distintas perspectivas ideológicas, abordan la naturaleza puntual de lo que realmente ha sido la democracia representativa desde su origen con el Estado liberal surgido a finales del siglo XVII (Revolución Inglesa) y en el siglo XVIII con la Revolución Francesa, y a lo largo de su evolución en los siglos XIX, XX y lo que va del XXI. Es decir, la superestructura política del capitalismo en cada una de sus etapas, desde la fase protoburguesa del mercantilismo en el medioevo hasta la “financiarización” propia de la globalización, así como las diversas formas de imperialismo, militarismo y neocolonialismo.
Anticipado por Aristóteles hace 25 siglos y Montesquieu en el siglo 17, cada país crea su propia forma de democracia o apariencia de democracia conforme la ideologización de su historia, lucha-consenso de clases, temperamento, cultura, geografía, capacidad de recursos naturales, tecnológicos y financieros
Si el pueblo está satisfecho, efectivamente cree que es representado democráticamente; en contraste, cuando prevalece la percepción de que no es así, puede alentarse la rebeldía, que cubre una amplia gama desde escepticismo, abstencionismo, apatía, alboroto callejero, exigencia de reformas moderadas o radicales (no pocas veces provenientes de la cúpula económica o política) y hasta la sedición. Con frecuencia ha tenido que ver con actitudes y creencias bajo ilusiones, espejismos, incluso picardías o envoltorio místico y hasta sobres amarillos.
* Reanudaremos el 15 de enero 2023.