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Notas acerca de las ideas políticas XXXVIII

 

  • Rousseau (1). El buen salvaje

Jorge Varona Rodríguez

Aguascalientes, Ags, 06 de noviembre de 2022.- (aguzados.com).- Durante La Ilustración, siglo 18, en Francia irrumpió “un remolino de ideas” en filosofía, teoría política, literatura, “toda la vida del saber” (Sabine), impulsadas por el empirismo en las ciencias sociales. “Un utilitarismo ético y político … se entrecruzaban una y otra vez con la teoría de los derechos naturales, pese a la incompatibilidad lógica de ambas posiciones”. En ese clima intelectual emergió la figura “señera” de Juan Jacobo Rousseau (1712-1778). Representó el regreso a la comunidad (Sabine), [minimizada por el individualismo inglés], así como el reconocimiento absoluto de igualdad y libertad.

Rousseau no se caracteriza por la originalidad de su obra, explica Salazar Mallén, dado que sintetiza “el clima de opinión” que surgió de hechos históricos trascendentes como la revolución de 1688, la tolerancia religiosa, el rechazo al dogma teológico, la insurgencia intelectual consustancial a la Ilustración que consolidó el pensamiento racional y el método experimental aportados por el avance de las ciencias naturales. Incluso, opina SM, a pesar de esa exigencia de racionalidad, las ideas de Rousseau carecen de solidez lógica y representan una visión “romántica ajena y hasta opuesta al racionalismo” (Carl Beker y Paul Meadows, citados por SM).

Rousseau reitera el pensamiento de autores que le precedieron (Hobbes, Locke, Althusio y otros), sobre el estado de naturaleza en el cual prevalecía la igualdad entre los hombres, pero con la sociedad, la propiedad y las leyes emergió la desigualdad (Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres). Pese a que lo admite sólo como hipótesis, imagina la vida del “buen salvaje”, sin noción de lo bueno y lo malo, sin vicios ni virtudes, el ignorante feliz. Cuestiona a Hobbes en cuanto a que supuso que el tránsito del estado de naturaleza a la sociedad civil fue con el propósito de alcanzar paz y seguridad, cuando en realidad, aduce Rousseau, “la multitud de pasiones son obra de la sociedad y han hecho necesarias las leyes”.

Salazar Mallén sintetiza el pensamiento de Rousseau: “el progreso ha sido el origen de la desgracia de los hombres, al expulsarlos del estado de naturaleza mediante la erección de la propiedad privada, y llevarlos a constituir la sociedad en un primer pacto [Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres] y, en un segundo pacto, la sociedad política, el Estado” [El contrato social].

Luego de una larga exposición de lo que creía fue la vida del hombre natural: aislado, sin necesidad de sus semejantes ni deseo de perjudicarlos, sin guerras, sin educación ni progreso; “la especie era ya vieja y el hombre seguía siendo siempre niño”. [Para Kant, con la Ilustración el hombre pasó a la mayoría de edad]. Pero el edén finalizó cuando a alguien se le ocurrió cercar un terreno y proclamar “esto es mío”. Con este acto, con la propiedad, fundó la sociedad civil. Empero, aclara Rousseau, fue la culminación de un largo proceso de multiplicación de los hombres y diversificación de las ocupaciones, así como la necesidad de extenderse hacia otras regiones. Ocasionalmente, “por común interés”, cooperaban entre sí. La competencia, en cambio, le hacía desconfiar y “cada uno trataba de obtener su beneficio, y a viva fuerza si creía así poder lograrlo, o por habilidad y astucia si se consideraba menos fuerte”. Unos progresos facilitaron otros, perfeccionaron la industria, construyeron viviendas, cultivaron la tierra. Habiendo garantizado así la satisfacción de sus necesidades dispuso de tiempo para el ocio, el cual propició, supuso, vanidad y envidia, desprecio y vergüenza, lo que derivó en la pérdida de la inocencia y de la felicidad. [Según Sócrates, el ocio es la madre de la cultura (La República). Para Hobbes es la madre de la filosofía (El Leviatán). Ocio entendido, desde luego, como disposición para la reflexión y el estudio. Para Rousseau significa molicie que puede inducir a acciones y pensamientos maliciosos].

La intención de aprovechar al máximo la explotación de la propiedad de unos creó la necesidad del trabajo de los desposeídos, cuyo sudor regó las campiñas y forjó esclavitud y miseria. Surgieron, asimismo, “las primeras reglas de justicia para dar a cada uno lo suyo”, para lo cual “es preciso que cada uno pueda tener algo”. [Por lo tanto, cabe inferir, la justicia es que efectivamente todos posean lo necesario para vivir. De lo contrario, y esa no es la idea de Rousseau, ¿justicia es proteger a los propietarios? Podemos suponer, entonces, que no hay justicia si algunos pocos se apropian de todo, o casi todo, y pocos muy poco o nada poseen].

De la desigualdad natural en habilidades, vigor en el trabajo y el ingenio, “insensiblemente” se amplía la desigualdad por las diferencias entre los hombres. “Cuando las herencias se acrecentaron y lindaban unas con otras”, algunos con vastas propiedades y muchos otros convertidos en pobres, “nacieron el dominio, la servidumbre, la violencia y el robo”. Asi que “las usurpaciones de los ricos, los latrocinios de los pobres, las desenfrenadas pasiones de todos, sofocando la piedad natural y la voz todavía débil de la justicia, hicieron a los hombres avaros, ambiciosos y perversos”.

Prosigue la singular descripción de Rousseau: el rico, sin razones para justificarse, asediado por “cuadrillas de salteadores”, reflexionó acerca de cómo defenderse y discurrió con la habilidad del prestidigitador proponer a sus propios adversarios –otros ricos y las masas empobrecidas—sumar fuerzas para crear “un poder supremo que nos gobierne … que [nos] defienda y proteja de los comunes enemigos y nos mantenga en constante armonía”. La sociedad así creada, al principio sin leyes (“sólo convenios generales” que era fácil eludir), sin autoridad que impidiese desórdenes, fueron impelidos a “confiar en una autoridad pública”. Así, según las elaboraciones que el propio Rousseau admitía como conjeturas teóricas, además de la sociedad se estableció “el cuerpo político como verdadero contrato entre el pueblo y los jefes que por sí eligió”, obligándose además a disponer y observar las leyes necesarias para esa unión.

 

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