- Ignacio Ruelas Olvera
Aguascalientes, Ags.- 13 de septiembre de 2022.- (aguzados.com).- Los jóvenes del 68 manifestaron la necesidad de un mundo nuevo, mostraron en el espacio público un cambio de modelo educativo, fue una generación de lecturas vigorosas, con visión clara de la realidad. De la muerte de jóvenes, algunos aun niños, nadie más puede tener la “culpa histórica” que Gustavo Díaz Ordaz, así lo manifestó ante la soberana representación popular. Hoy se culpa al “pasado enemigo conservador”. Reflexionemos para recordar a los universitarios que tomaron la calle para manifestar su descontento con la violencia que desató un ingenuo juego de futbol. Es refrescante el ambiente, pero cuidado, los jóvenes es solo una parte privilegiada de la sociedad. Después de 1968 no ha amanecido en la conciencia colectiva un grito de libertad y justicia. Los gritos desde las marchas y asambleas estudiantiles fue que el modelo educativo de educación superior estaba agotado. Se compartía la vida social con los mayores, fue una sentencia de que la educación universitaria no está escriturada solo para los jóvenes, es para todos. Urgen universidades para adultos. Nada más importante que la sociedad sea jovial, que en sus paisajes se muestren las ideas innovadoras, creativas, elocuentes, lúcidas, en una mezcla de antaño con hogaño. Debemos reclamarle a la Universidad su tardanza.
Todo nos dice que para la educación superior los adultos no forman parte de sus prioridades ni de sus proyectos. La universidad no presta atención para que los adultos continúen aprendiendo, la educación es mérito de toda la vida. El proyecto de educación ha olvidado o se resiste construir una sociedad educativa. La asignatura pendiente es dotar de haberes intelectuales a la sociedad, sin exclusiones y en un proceso continuo que sólo termina con la muerte. En la educación superior los adultos son los grandes olvidados, y esto contradice la filosofía educativa que se apresta para: aprender a conocer; aprender a hacer; aprender a convivir con los demás, pero sobre todo para aprender a ser. Es necesario transformar la educación y abrevar de la cultura; no es posible que en tratándose de capacidades profesionales, la sociedad y la Universidad jubilen a sus propias producciones a muy temprana edad, a los 35 años en promedio, es decir, se niega la experiencia acumulada.
Es un agravio que la política pública del sistema educativo nacional esté pensada en que la matricula sea un privilegio de jóvenes, solamente. Es cierto, se debe ponderar el mercado laboral pero no menos cierto es que la construcción de una sociedad educada es la utopía que debemos concretar. Se trata de que las personas mayores que deseen incorporarse a las aulas lo hagan y puedan efectivamente hacerlo; ellas, las aulas, no son un patrimonio jovial cronológico, deberán ser joviales de manera contemporánea. No olvidemos que la igualdad ente la ley y la libertad permite a todos volver a la Universidad, por múltiples razones. Hoy de manera virtual.
Los adultos en las aulas universitarias, sin duda, cambiarían ostensiblemente el perfil del alumnado, sueño de una auténtica revolución educativa, pues el cambio de paradigma requiere de esfuerzos en todos los aspectos y por parte de todos: de organización, arquitectónicos, de imaginación didáctica, de consolidación de proyectos alternativos, de ilusiones y utopías que respondan, de algún modo, a las expectativas vertidas por nuestros mayores. Este cambio será un auténtico cambio, será la expresión más didáctica de la educación democrática. No es ético que los mayores estén sentenciados al olvido, a la inoperancia, a que las nuevas tecnologías de la educación sean patrimonio de extraños; una pedagogía incluyente revertirá que sea la tecnología un instrumento de desigualdad que propicia la exclusión social. El acceso a la Internet constituye ya un factor para descubrir nuevas modalidades de desigualdad, en el momento en que aquellas personas con mayores recursos pueden acceder con facilidad a Internet, y así ampliar su cultura, recibir más información y encontrarse de este modo mejor preparados para encarar la sociedad del conocimiento. En nuestra sociedad estas herramientas tienen un camino inequívoco: la Universidad. A ello tienen derecho también las personas mayores.
Abramos las puertas al debate, cuál es el papel que ha de tener la Universidad hoy, cuál es la situación que viven los que egresan de los sistemas universitarios, si la Universidad está realmente preparada para acatar los retos que sobrevienen. El verdadero debate es civilizado, con ética del discurso, con interlocutores válidos, un conversatorio entre pares. Solamente en la universidad se puede consolidar. La Universidad es protagonista de la tragedia de una sociedad racional y democrática. México hoy, no mañana, no ayer, HOY, urge de: técnicos calificados que aseguren la apropiación y continuidad de los saberes profesionales más allá de los conocimientos requeridos. Es decir, la democratización de la universidad inicia en no excluir las edades. La Universidad es patrimonio de adultos, también.