- Jorge Varona Rodríguez
Aguascalientes, Ags.- 31 de julio de 2022.- (aguzados.com).- La “era liberal” afirma la libertad como valor supremo en lo individual y lo social, por lo cual es “categoría generadora explicativa de toda una serie de conductas políticas y sociales” (Julissa Mantilla). En lo económico implicó “la ruptura de los lazos corporativos y de los privilegios feudales”. En lo político supuso [aún hoy día supone] un “opinión pública informada que controla al gobierno a través del libre debate”. En cuanto a la vida social, política y cultural aportó el fin [no del todo] de la opresión clerical [lucha que, de hecho, ha llevado centurias, al menos desde el siglo 14]; “la laicidad del Estado y de la enseñanza”; el fin de las monarquías absolutas, democracia representativa y soberanía popular [éstas últimas se ventilan entre realidad y teoría]. El absolutismo político e ideológico sobrevive, a la fecha, bajo diversas formas de supremacismo: neofacismo, fanatismos religiosos, fundamentalismo económico-financiero, rigidez tecnocrática, populismos radicales, “extrema derecha”, “extrema izquierda”, dictadura del capital, del mercado y de la propiedad privada, et altra.
No obstante, el liberalismo, “con toda la riqueza de sus matices y enfoques busca en última instancia el reconocimiento de la libertad de los individuos como un hecho básico y fundante”. (Guido de Ruggiero. Historia del liberalismo europeo)
Para Mario de la Cueva “individualismo y liberalismo no son sinónimos… el primero pertenece a una concepción filosófica de la sociedad y del hombre”. El liberalismo político reconoce derechos civiles y ciudadanos (derechos humanos y sociales). Y el liberalismo económico “se refiere a una actitud del Estado y a una manera de enfocar los problemas económicos”.
Locke fundamentó el principio de la sociedad política como acto de consentimiento de los individuos, de donde deriva a su vez la representación política. Fue la base teórica de la democracia representativa y la justificación del acceso del poder político para los detentadores del capital, hasta entonces reservado a los propietarios de la tierra (aristocracia). En ese momento fue censitaria, pero a lo largo de los siglos alcanzó validez general al incluir a todas las clases sociales y a todos los individuos, reconociéndoles derecho a la participación política activa y pasiva (debido en buena medida a los movimientos proletarios y sindicales: lucha de clases). En el siglo 18, la solución devino de un acuerdo entre aristocracia y burguesía, compartieron el poder en el parlamento y fijaron límites al poder del monarca: ya no podía crear ni suspender leyes, establecer impuestos, mantener un ejército permanente en tiempos de paz o de guerra sin consentimiento del Parlamento. (Touchard) El Estado monárquico al servicio de la expansión del capitalismo inglés.
A pesar de que desde esa centuria perdió importancia teórica el derecho natural, del cual partió Locke, desarrolló, desde otro punto de vista, la explicación psicológica de la conducta, dependiendo de la búsqueda de placer y evitar el dolor, pero, especialmente, “reemplazó el patrón racional buscado por la teoría del derecho natural, por una teoría utilitarista del valor moral, político y económico”. Por tanto, propuso el liberalismo “como panacea de los males políticos”, así como la convicción de que los “intereses públicos deben entenderse en términos del bienestar privado” (Sabine). [De la clase propietaria, desde luego].
Con reminicencias medievales combinado con ideas liberales, “el pensamiento de Locke es complejo: la defensa de la propiedad privada y llamamiento a la moral, preocupación por el poder eficaz y necesidad del consentimiento, un individualismo que se inclina ante la mayoría, empirismo y racionalismo, tolerancia y dogmatismo” (Touchard)
Por ello la filosofía empirista de Locke es la manifestación del pragmatismo que justifica el “hedonismo capitalista” (Leo Strauss). No radica en la naturaleza todo lo que tiene valor sino en lo “industrioso y razonable”, “por consiguiente, la propiedad es natural y bienhechora, no sólo para el propietario, sino para el conjunto de la humanidad” (Touchard). Se opone contundentemente al absolutismo, lo cual significa “todo aquello que pudiera estorbar el libre desarrollo de la burguesía” (Salazar Mallén).
Es posible rastrear la formación del pensamiento político de Locke, al recoger la “tradición del pensamiento medieval –que llega hasta Santo Tomás—en la que eran axiomáticas la realidad de las restricciones morales al poder, la responsabilidad de los gobernantes para con las comunidades y la subordinación del gobierno al derecho” (Sabine). De ahí la tesis de Locke acerca de las limitaciones del poder por la ley moral y las convenciones constitucionales. El gobierno es indispensable, pero “es derivado, ya que existe para el bienestar de la nación”. Coincide con Hobbes: en la sociedad prevalecen los intereses individuales egoístas, entendidos como derechos naturales inviolables, como seguridad y propiedad. El derecho positivo nada añade a los derechos naturales, cuyo defecto era la falta de organización y sistematización. De ahí la necesidad de magistrados, derecho escrito y penas fijas “que pongan en práctica las normas de justicia”.
Sabine explica que esa postura “exactamente” era la misma de Santo Tomás, la relación entre derecho y moral. Para Locke “los derechos y deberes morales son intrínsecos y tienen prioridad sobre el derecho; los gobiernos están obligados a hacer vigente la ley por aquello que es justo y natural”. En el estado de naturaleza la propiedad era común, en virtud del derecho de los individuos a lograr su subsistencia. En la Edad Media se suponía que “la propiedad común era un estado más perfecto y, por ende. ‘más natural’ que la propiedad privada”. En el derecho romano la propiedad privada es la apropiación de cosas de uso común, “aunque no habían sido de propiedad comunal”. Locke, por el contrario, sostuvo que la propiedad surge del trabajo, por el cual el individuo se apropia de lo que produce y de los medios para ello. La utilidad de los bienes proviene del trabajo invertido en ellos. Esta idea abrió amplias perspectivas en economía y en teoría política.