- Una interpretación del Renacimiento al pensamiento moderno (7)
- El Absolutismo monárquico
- Jorge Varona Rodríguez
Aguascalientes, Ags.- 15 de mayo de 2022.- (aguzados.com).- La idea de la unidad política del Estado unitario, encontró resistencia en algunos pensadores y actores políticos de la época (siglo 16), ya que, argumentaban, no era posible sin la unidad de religión. La realidad político-social se impuso y prevaleció la tolerancia, “fundada en la imposibilidad de coaccionar las conciencias y por el escepticismo respecto de sistemas teológicos excluyentes” (Touchard).
Predomina la monarquía absoluta, más que por razones teóricas por necesidades políticas prácticas. Michel de l’Hópital sostiene la teoría del rey como legislador único, independiente, pero no opresor, sino que escucha “los ruegos y los frenos”. Enfatiza la diferencia entre “controlar y aconsejar” al príncipe. Pierre de Belloy (1585) afirma la postura abiertamente antirromana: “la república no está en la Iglesia, sino que la Iglesia está en la república”. Asi va consolidándose el Estado nacional monárquico y absolutista. La manifestación clara de ese proceso fue Felipe II en España, Enrique IV en Francia e Isabel I en Inglaterra. “La agravación de los desórdenes pone en marcha, frente a masas populares momentáneamente inquietantes, la solidaridad del orden social aristocrático y del orden político monárquico”. (Touchard).
Anterior al Estado nacional, hubo una prolongada pugna entre el “sacro imperio germánico” y el papado por la supremacía. Ambos sostenían su “origen divino”, y, por tanto, el emperador se consideraba sobre la Iglesia, en temas políticos y doctrinarios. Con el surgimiento del Estado nacional, el Vaticano se vio combatido por el imperio en decadencia y, simultáneamente, por los monarcas nacionales, fortalecidos por la extinción del feudalismo y el ocaso del imperio. La lucha del Papado contra los príncipes y la burguesía fue decisiva. El rey de Francia Felipe el Hermoso derrotó a Bonifacio VIII y con ello los Estados nacionales prevalecen al margen de la Iglesia. En el plano teórico proliferaron obras (Guez de Balzac, Cardin Le Bret, Felipe de Béthume, Botero, Adán Blackwood, Guillermo Barclay) que reiteraban tesis de la antigüedad y la Edad Media sobre la superioridad de la monarquía, de génesis sobrenatural, y el príncipe como “pastor del pueblo”. La única garantía de orden social se encuentra en la autoridad absoluta del rey.
Al culminar la guerra de treinta años en Alemania, y 80 años entre España y los Países Bajos, en 1648 se suscribió el Tratado de Westfalia. Fue el resultado de tres acuerdos: primero, Paz de Münster, entre los Países Bajos y España. Segundo, Münster, entre el Imperio Germánico, Francia y sus aliados. Y, tercero, Osnabrück, entre el Imperio, Suecia y otros aliados protestantes. (https://alemaniaparati.diplo.de). Acabó con la pretensión de primacía política del papado y en definitiva se imponen el Estado soberano y la libertad de cultos. Es decir, se afirma el Estado laico, el cual no es sino el reconocimiento jurídico-político de la sociedad laica (*). Se consolidaron Francia y el Principado de Brandemburgo (Prusia). Los Países Bajos logran su independencia de España. Empieza la decadencia del imperio español; al debilitarse la autoridad de la iglesia de Roma, así como la impugnación a sus dogmas, se expanden las religiones protestantes (principalmente calvinismo y luteranismo).
Jacques Bossuet (1627-1704) comparte con Platón la idea de gobernantes-filósofos, si bien la política se nutre de la experiencia y la filosofía de la reflexión. “Si hay en un Estado alguna autoridad capaz de detener el curso del poder político y de entorpecerlo en su ejercicio, nadie está en seguridad”. Parece anticipo de lo que puede suceder si el poder económico se sobrepone al poder político, ya que sólo reconoce las “reglas del mercado”, así como, por otra parte, los riesgos del “crimen organizado”, un poder sin reglas, que posee vasos comunicantes con el “crimen legalizado” del mismo sistema socio-económico.
Tomás Hobbes (1588-1679), postuló la creación del Estado como acción de los seres humanos, sin intervención divina, como necesidad práctica para proteger la seguridad de los individuos y la propiedad. En el “estado natural”, supuso, existía una guerra de todos contra todos, no había el sentido de justicia ni de propiedad, sino que cada cual se apropiaba de lo que pudiese tomar. Prevalece la inseguridad y en permanente peligro la vida misma. Consecuentemente es imperativo la búsqueda de la paz mediante el consentimiento: ceder libertad en la misma medida que los demás. Esta transferencia de derechos es un contrato del cual emana el Estado. Figura artificial pero necesaria, al igual que la soberanía, para la propia conservación y armonía social.
Hobbes buscaba el orden y la paz mediante el absolutismo monárquico surgido de un pacto, pero éste requiere de la espada (no bastan las palabras), y de un orden capaz de imponerse a todos, lo cual conlleva a conferir poder y fortaleza a una asamblea o a un individuo competente para garantizar paz interna y defensa común, que es la esencia del Estado. Sugiere que existen dos procedimientos para alcanzar ese poder soberano: por la fuerza natural que somete a los súbditos o por actos de guerra y conquista (Estado por adquisición). Otro medio es que los individuos se pongan de acuerdo para crear sociedad civil y Estado (pacto político) o por institución (la confianza de la seguridad y la protección). El monarca es absoluto: su poder no puede ser transferido sin su consentimiento; no puede enajenarlo; no puede ser acusado de injuria; es juez para la paz y juez de las doctrinas; legislador único y juez supremo de las controversias; decide sobre la guerra y la paz.
(*) La laicización plena del Estado y la sociedad ha llevado largo tiempo. En los países con población que en su mayoría se identifica como cristiana, en todas sus denominaciones, según los censos, sólo entre 25-30% admite ser practicante. El otro 70% reconoce que no toma en cuenta prescripciones religiosas para tomar decisiones sobre su vida, en cualquier ámbito. Empero, incluso hoy día, el clero de todas las iglesias, empezando por el católico, aboga por la preeminencia de su dogma por encima de la libertad de conciencia y la libertad religiosa. En varios países existen acuerdos (concordatos) entre Estado e Iglesia, en tanto en otros existen religiones “oficiales” (Iglesia Anglicana en Inglaterra, aunque hay plena libertad religiosa). En las repúblicas y reinos musulmanes es otra historia.