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Vale al Paraíso / La impunidad de los corruptos

  • Mario Granados Roldán

Aguascalientes, Ags.- 22 de febrero de 2022.- (aguzados.com).- Desde hace años la población de Aguascalientes exige —además de seguridad pública exitosa—, gobiernos honestos y transparentes, capaces de rendir cuentas claras para conservar amistades largas, pero la serie de la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental que suele difundir el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) la víspera del 9 de diciembre de cada dos años, para conmemorar el Día Internacional contra la Corrupción, refleja que entre más crece el reclamo ciudadano, mayor es la prevaricación, el cohecho, tráfico de influencia, soborno, entre los funcionarios públicos de los tres niveles y de los tres ordenes de gobierno.

El sexenio panista a concluir en octubre del gobernador y el reciente quinquenio azul de la administración municipal capitalina que le acompañó, pasarán a los anales de la historia por el imparable incremento de la inseguridad pública, la intermitente presencia de la delincuencia organizada y el notable aumento de la corrupción.

Según datos del Inegi en el año 2015 la entidad registraba 8,302 víctimas de actos de corrupción por cada 100 mil habitantes, pero en el 2019 la tasa de prevalencia repuntó 76.7%, con 14,677 sacrificados por cada 100 mil habitantes.

Por si fuera poco, el Instituto reconoce que Aguascalientes es una de las tres entidades donde la corrupción toma forma de pandemia.

De acuerdo a un análisis de la Confederación Patronal de la República Mexicana de Aguascalientes, a noviembre de 2019, el 38% de los socios locales fueron tocados por la corrupción, mientras el promedio nacional se ubicó en 32 por ciento.

El 10 de septiembre de 2021 —antes de iniciar la administración del alcalde Leonardo Montañez Castro—, Otto Granados, en su comentario editorial para Radio Grupo, pasó de las estadísticas a las historias de carne y hueso:

Recientemente, por ejemplo, se supo de un desarrollador inmobiliario al que le exigieron (en un municipio que no fue el de la capital) algo así como cientos de miles de pesos para dejarlo continuar con la obra.

En otro caso un pequeño restaurante en el centro de la ciudad lleva varios meses que no puede servir vino de mesa porque el inspector del municipio le pide dinero para la licencia.

A otro más le pararon una obra porque las separaciones de tabla roca entre dos locales eran de dos centímetros y no de dos y medio; en fin, estos son ejemplos en donde el inspector o funcionario se corrompe porque tiene el poder de firmar o de negar el permiso respectivo.

Esto sencillamente es inadmisible en estos tiempos; es irritante y gravita en contra de cualquier posibilidad de crecimiento sano desde cualquier punto de vista legal, social y económico, y es urgente entonces dar varios pasos.

El primero es que los afectados tienen que denunciar públicamente los hechos, si se quedan callados, la corrupción pasará de ser una epidemia a ser una pandemia.

El segundo es hacer una reforma regulatoria seria y profunda a nivel municipal para que los trámites sean pocos, sencillos, transparentes y eficientes y no estén sujetos a la interpretación de una pandilla de burócratas, llámese inspector, llámese regidor o llámese funcionario que chantajean al ciudadano.

El tercero, es introducir la tecnología a la mayor cantidad de procesos que sea posible precisamente para evitar una intervención corrupta del burócrata municipal.

En suma, es indispensable parar esto porque cuando la ilegalidad se vuelve sistémica, crónica y consentida, disuelve los fundamentos sociales, estimula la gente actuar por fuera de las reglas del sistema, volviendo a una ciudad, a un estado o a un país, un lugar en donde la única que impera es la ley de la selva y esto no puede continuar.

A la corrupción hormiga de los inspectores debe agregarse la corrupción elefante de los funcionarios de cuello blanco que reciben el famoso moche, la socorrida comisión o el bíblico diezmo, por entregar a los cuates y cuatas las obras y servicios en la sacristía del templo donde se acuerdan los grandes negocios al amparo del poder.

Porque alguien tiene que escribirlo: Los pollos del América tan lejos del cielo y tan cerca del infierno. El ódiame más ya fue sustituido por derrótame más.

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