- De la Edad Media al Renacimiento
Jorge Varona Rodríguez
Aguascalientes, Ags.- 27 de noviembre de 2022.- (aguzados.com).- Con la Bula de Oro, documento que posee ya características constitucionales, expedida, en 1365 por Carlos IV fijó “el número e identidad de los electores y estableció la decisión por voto de mayoría” (Sabine, p. 180). Otro lejano precursor de representación mediante elección.
Carlos IV (1157-1806) fue Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico: Francia oriental, Países Bajos, Bélgica, norte de Italia, Polonia, Austria, República Checa, Moravia, Silesia Alemania occidental. En el año mil ocupaba 900 mil kilómetros cuadrados; en 1500 se redujo a 700 mil. Se ostentaba como portador del desaparecido Imperio de Roma.
Juan de Salisbury, Obispo de Chartres, considerado un heraldo del Renacimiento, en el Policraticus [Acerca del gobierno. 1159], sugiere consejos al monarca y a sus ministros. Si bien reconoce la superioridad del poder espiritual sobre el temporal, intentó fundar “la separación e independencia de ambas esferas” (Javier Faci Lacasta, El “Policraticus” de Juan de Salisbury y el mundo antiguo, 1984, p. 346), aduciendo una idea organicista del cuerpo social y político al reconocer “las nuevas realidades de orden económico-social, el mundo de los artesanos, de los comerciantes y de los prestamistas, que encuentran su acomodo en el organismo, aunque, ciertamente, no en lugares privilegiados” (Faci Lacasta), así como la sujeción del príncipe a las leyes (aunque la validez de la ley está a cargo de la autoridad eclesiástica).
“El príncipe ocupa en la comunidad el lugar de la cabeza y se halla sujeto solamente a Dios y a quienes en nombre de Él hacen sus veces en la tierra, como en el cuerpo humano la misma cabeza tiene vida y es gobernada por el alma” (Policraticus de Juan de Salisbury. Libros I-IV, Ed. Universidad de Málaga, 2007), con lo cual aduce la independencia del monarca respecto del papado. Así “el beneficiario de esta concepción de una comunidad política fue, sin duda, el rey, ya que seguía siendo el representante del interés público y hasta cierto punto el depositario de la autoridad pública. Fue este hecho lo que hizo del rey feudal el punto de partida de la monarquía nacional” (Sabine, p. 185).
Así, con anterioridad al Renacimiento, la Edad Moderna y la Ilustración, surge el “interés en la participación política del ciudadano ante la necesidad de construir un razonamiento teórico que reconociera al poder secular, opuesto al predominio papal y al de la corona. Marsilio de Padua [siglo 12] y Nicolás Maquiavelo [siglo 16] aportaron elementos fundamentales a esta justificación, la que, en su momento, habría de recuperar y enriquecer Juan Jacobo Rousseau [siglo 18], particularmente en el tema de la soberanía popular”. (Ernesto Casas. Representación política y participación ciudadana en las democracias. Revista mexicana de ciencias políticas y sociales, vol. 51, no. 205, enero-abril. 2009, pp. 2-3)
En el largo conflicto que abarcó siglos entre el emperador, los reyes y el papado, por las investiduras. La autoridad papal pretendía condicionar la legitimidad del poder secular. En contraparte, los príncipes argumentaban su propio derecho a gobernar con independencia del Obispo de Roma. Recurren los monarcas a razones teóricas, históricas, incluso bíblicas, con referencias a los textos teológicos, la patrística y el escolasticismo, y, para efectos prácticos, se apoyan en la aristocracia feudal y aun del propio clero bajo y el pueblo, que se resistían a la tiranía papal, al que reconocían autoridad plena en asuntos eclesiásticos, pero no en lo terrenal. (Salazar Mallén, Touchard, Sabine). Fue el germen del desarrollo posterior de los Estados nacionales y los soberanos absolutos.
Resaltan en ese proceso varios aspectos: 1) recuperación de los clásicos de la antigüedad (es decir, el paulatino alejamiento del dogma eclesiástico); 2) anhelo de orden, estabilidad política y eficiencia administrativa que impusieron los monarcas normandos y los reinos surgidos de la escisión del Sacro Imperio Germánico, luego de siglos de caos a raíz del fin del imperio de Roma; 3) paulatino resurgimiento de las ciudades y de los municipios, lo cual sentó las bases para el desarrollo de otras clases sociales protoburguesas más allá de los terratenientes y el campesinado servil, que postulaban el reconocimiento a su posición social, sus intereses y sus derechos; 4) expansión del comercio, la banca y la industria, (la acumulación originaria a que se refería Marx). Si bien enraizados en el contexto de la economía feudal, con el tiempo su desenvolvimiento dio lugar a la fase mercantilista del capitalismo.
Fue un proceso sociológico y económico que permitió el impulso a nuevas ideas políticas que ofrecían el marco argumentativo para la soberanía del rey, el fermento de la laicización de política, economía, vida social (Touchard pp. 162 y ss.), y, por consecuencia, la representación política
Entre múltiples ideas sobresalen las del derecho positivo, el gobierno de las leyes (si bien el soberano no se creía obligado por sus propias leyes, sí debía respetar la propiedad y garantizar seguridad), los tribunales y la representación de gremios, de comunidades y, desde luego, de las emergentes clases de comerciantes y banqueros. Ciertamente esos derechos eran reservados propiamente a los nuevos magnates. (Sabine, pp. 173 y ss.) Lo destacable, para lo concerniente a este opúsculo, es el de los precedentes de lo que llegó a ser el Estado liberal y la democracia representativa.
Para ampliar el contexto de esta crucial cuestión, conviene observar varias cuestiones [algunas a la fecha perviven]: la conflictividad en el seno de la propia Iglesia de Roma por temas no únicamente teológicos, sino por la autoridad papal devenida en tiranía vs la autoridad de los concilios; la Iglesia como comunidad de fieles y la iglesia clerical, lo cual a su vez plantea el tema de la fe como vínculo espiritual y no los ritos y el ceremonial; la estructura misma de la Iglesia, la corrupción de la aristocracia clerical y la simonía; la urgencia de una reforma siempre pospuesta, el cisma de occidente, la fractura de la Iglesia romana y la existencia simultánea de tres Papas.