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Un enfoque acerca las ideas políticas IV

  • Una interpretación de la cultura pagana del poder político (2)
  • Jorge Varona Rodríguez

Aguascalientes, Ags.- 1 de febrero de 2022.- (aguzados.com).- Platón y Aristóteles en su secuencia de formas de gobierno “justas” que degeneran en “injustas” y a su vez son sustituidas por otras “justas”, que se siguen una a otra y se repiten interminablemente, explica la discontinuidad (cuando deja de servir al bien de la comunidad), pero no proponen la idea de una ruptura histórico-cultural. Es la ciudad que se estanca, incapaz de convertirse en imperio más allá del Peloponeso.

Sociedad-Estado-Religión-Poder están estrechamente vinculados y forman una sola entidad. Lo político es religioso y civil (Grecia/Roma/Asia Menor). Las ceremonias políticas son solemnidades religiosas.

Existe una relación inmanente (no trascendente) de lo religioso y lo social; lo sagrado y lo natural. En la incipiente cultura europea no hay verdad revelada: no hay textos sagrados, no hay doctrina ni disciplina (en el sentido institucionalizado que conocemos). Así, el poder político-religioso se constituye como expresión e instrumento de esa unidad básica y absoluta.

En contraste, en Asia sí hubo textos “sagrados”, especialmente la Biblia (asumida como revelación de Yahvé (el que Es) a sus profetas), reinterpretada por las diversas sectas cristianas; asimismo, destacaron textos de líderes religiosos en Asiria y Persia (Zaratustra o Zoroastro), principalmente.

El hombre sólo tenía significado en el seno de la comunidad y como súbditos de la Ciudad-Estado. Sin embargo, la crisis y decadencia de ésta dio lugar al aislamiento del individuo ante la sociedad y el monarca. Fue un cambio histórico decisivo.

Durante la llamada Época Helenística confluyen la cultura griega con las ya milenarias civilizaciones de Medio Oriente, lo cual generó nuevas corrientes de pensamiento, asimiladas por Grecia y, luego, por Roma.

Posiblemente una de las consecuencias más trascendentes, desde el punto de vista del desarrollo de las ideas, fue la concurrencia del concepto hebreo de un Dios universal único con la racionalidad y dialéctica de la filosofía griega, que permitió añadir al concepto del Dios absoluto un sólido sustento intelectual.

Culmina con el discurso de Jesús de Nazaret: distinción entre mundo y espíritu, así como la liberación del ser humano por encima de su realidad material. 

Surge paulatinamente una nueva civilización cimentada en el dogma de religioso: la gloria de la redención espiritual. De ahí emana una idea de progreso, un ir hacia adelante para mejor, si bien de orden espiritual. Lejos todavía de la racionalidad laica, de la idea del hombre como hacedor de su propio destino (Renacimiento e Ilustración).

Esta visión liberadora del ser humano que propuso la ideología cristiana, coincide con escuelas como el cinismo y el epicureísmo (Diógenes de Sínope y Antístenes, principalmente) que proclamaron la dignidad del individuo, quien no necesita de la Polis ni de dioses para “adquirir sabiduría, fuente de felicidad y perfección”.

Posteriormente, el estoicismo (Zenón de Citio 342-270 AC) desarrolla ese precepto y postula como principal virtud “el ejercicio de la libertad interior”, lo que da lugar a la separación entre el hombre y el ciudadano, ya que su vida interior está por encima de las circunstancias o de las condiciones político-sociales o económicas o raciales, lo que a su vez sugiere la idea de igualdad de todos los hombres.

Para Marco Aurelio (“Enquiridión” o “Máximas”) todos los seres humanos poseen igual capacidad racional y están sujetos, por tanto, a una misma ley: son conciudadanos del mundo.

Todas estas ideas desembocan en la idea de una “razón universal”, una “recta razón” independientemente de cada pueblo y de cada individuo, que se deriva directamente del orden racional de la naturaleza (supuestamente derivado de la racionalidad divina, que reinterpreta Hegel en su dialéctica del Espíritu), por lo cual es válida en todo lugar y en todos los tiempos. (Cicerón, “La República”).

Empero, es necesario consignar, en la naturaleza no hay justicia ni bien; lo que existe es la lucha del fuerte contra el débil. Permanente conflicto por la supervivencia del más apto o el más fuerte, el más rápido, más duro, más grande. O más astuto (los pequeños o débiles capaces de eludir a los más fuertes).

Las nociones de justicia y bien derivan de la razón humana no de la naturaleza, y la referencia a ésta es la pretensión de justificar o explicar lo que no es producto sino de la dialéctica social y política.

Sin embargo, al consolidarse la idea de una “justicia universal”, inherente con “la naturaleza moral del hombre y la estructura racional del universo”, que en el plano intelectual y pragmático facilitó la adopción de la cultura cristiana y  en lo político asumió como propia la idea que la Roma imperial tenía de sí misma: la ciudad ecuménica, la patria común de todos los hombres (al menos de los sujetos a su dominio), que se confirma con sus victorias militares y su capacidad para romanizar a todas sus provincias.

El culto al emperador fue uno de los elementos ideológicos de cohesión del Imperio. Otro factor nada menor fue el sincretismo pagano-cristianismo. La consolidación del cristianismo es decisiva en reforzar esa unidad, pero sustituye las ramas de laurel (corona) del césar por la cruz.  Con el tiempo, el Papado pretende el mismo papel en la representación exclusiva de la Ciudad Universal.

Con ello surge la ideología cristiana del poder: la teoría de las “dos espadas” simbolismo de la sumisión del príncipe al obispo, bajo el argumento extrapolado de la Biblia, según las leyes de Moisés y el mandato de Jehová a Isaías de ungir a David como rey (Libro de Samuel).

A partir de Gregorio VII el Obispo de Roma se ostenta como el “representante” o “vicario” de Cristo (Dios) en la tierra. Durante siglos una y otra vez afloraron las contiendas clero-monarquía por la supremacía.

De hecho, a lo largo de la historia, incluso hoy en día, ha existido una imbricación poder político-poder religioso-poder económico, variando la hegemonía o predominio de uno u otro. Se retroalimentan para el control de la sociedad tanto en lo político como en lo económico, lo ideológico y hasta psicológico.

 

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