- Ivabelle Arroyo
Ciudad de México.- 23 de septiembre de 2021.- (aguzados.com).- “Hoy hay más libertad de expresión que nunca”, dijo Julio Astillero en un foro organizado este miércoles por la Fundación Internacional de la Libertad y la Universidad de Guadalajara.
El respetado periodista hizo alusión a los cambios en la relación entre el poder político y los medios de comunicación en México, y lo hizo además en un entorno en el que prácticamente todos los participantes habían expresado su preocupación por el hostigamiento a la prensa en nuestro país. Su participación produjo una discusión que de otro modo no habría tenido lugar y que obligó a muchos de nosotros a replantear y clarificar los argumentos de una postura contraria.
Porque claro, a Astillero no le falta razón cuando afirma que la relación prensa-poder tuvo un cambio y este fue en sentido positivo. Es más, él mismo ha hecho señalamientos al actual gobierno y no recibió una bala. Varios periodistas en el foro coincidieron en señalar las diferencias en el registro de presión del régimen priista de los 70 y el actual gobierno lopezobradorista, entre ellos Pascal Beltrán del Río y Raymundo Riva Palacio, críticos en donde los haya. Sin embargo, la conclusión de la mayoría fue que la libertad de expresión en México es constantemente atacada.
¿Cómo puede ser que un periodista inteligente vea que hay más libertad de expresión que nunca y que otros igual de sagaces hablen de un espacio hostil y de un poder agresivo con la prensa? ¿Alguien miente? ¿Alguien está comprado? ¿Alguien añora tiempos pasados? No. Me atrevo a decir que el planteamiento de Astillero, compartido por el Presidente y parte del oficialismo, tiene un error de perspectiva.
Ningún esclavo del siglo antepasado habría dicho que estaba más emancipado que nunca porque ya no lo mataban al perder a una gallina, sino que sólo lo encerraban. Ninguna mujer podría afirmar que está más empoderada que nunca porque ya no la violan en comunidad, sino sólo su marido. Ningún ser humano diría que tiene más derechos que nunca porque en lugar de entregar su propiedad completa a un extorsionador sólo paga derecho de piso.
Estoy poniendo ejemplos extremos pues me sirven para argumentar la diferencia de perspectiva. En los tres casos inventados hay una evidente mejoría, pero en ninguno hay libertad. Lo que hay es una reducción de la barbarie en un contexto al que hay que seguir llamando hostil, sin miramientos.
Eso es lo que hay hoy en México. Un entorno hostil para el gremio periodístico, orquestado directamente desde el púlpito presidencial a través de la denostación constante del trabajo de los medios de comunicación y la consecuente intimidación a los periodistas.
No, Gabriela Warkentin no perdió su trabajo cuando el Presidente la señaló en su ejercicio propagandístico matutino. No dejó de hablar en los medios ni fue encerrada en algo parecido a Lecumberri. Pero lo que vivió en hostigamiento digital y presencial después de ese señalamiento no tiene otro nombre más que el infierno. Y los demás periodistas lo vimos y los más débiles sentimos miedo. Tampoco ha perdido su micrófono Carlos Loret de Mola y hay decenas de columnistas críticos que siguen escribiendo cada semana.
Héctor Aguilar Camín y Enrique Krauze siguen opinando en México y siguen hablando de populismo, democracia y libertad en sus revistas. Pero eso es porque son valientes, igual que Warkentin es fuerte, igual que Héctor de Mauleón es inquebrantable.
Pero eso no es porque haya más libertad de expresión que nunca. Es porque hubo una reducción de la barbarie y porque tenemos periodistas que no se doblan y seguirán publicando casas blancas, estafas maestras, ineptitud energética, colusión con el crimen organizado y corrupción en Palacio sin importar que sus habitantes sean priistas, panistas, morenistas, narcos o marcianos.
Eso es admirable, pero no es el signo de una sociedad democrática. En una sociedad democrática con libertad de expresión no tendríamos que reconocer la valentía de los colegas que investigan o cuestionan al poder. (Columna publicada originalmente en El Economista)