Martes, 26 Noviembre 2024
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Autocracia y espejismos

 

Jorge Varona Rodríguez

 Actualmente, la definición de México se encuentra entre la conflictividad no resuelta de su pasado reciente y remoto, y el presente asaz problemático y ríspido que no logra concretarse ni contextualizarse, por ello resulta difícil focalizar idea alguna de futuro. La narrativa de la esperanza se ha detenido en el sendero donde se bifurcan múltiples caminos. Se esparcen confusión y azoro ante inauditos mensajes (abrazos) y extraños compañeros de viaje entre la responsabilidad oficial y los transgresores del orden legal.

Las fuerzas centrífugas que tiempo ha convergieron (al menos en el discurso de la unidad nacional postrevolucionaria: la aplicación práctica del te sumas, cooptación, o te sumes, exclusión), han venido atomizándose desde la etapa “neoliberal”, y hoy más evidente por la polarización de la sociedad nacional dividida por la desigualdad social y económica, los altos contrastes regionales entre entidades con cierto nivel de desarrollo y otras con evidente rezago social y humano. Así, escindida la nación por disparidades ideológicas no resueltas, se añade el efecto del discurso que sólo se oye a sí mismo. Lo sólito se caracteriza por lo diverso, lo contradictorio y los desequilibrios

La gran interrogante de la historia de México es porqué, después de 200 años de independencia, 150 años de la revolución liberal y 100 de la Revolución y su Constitución social, todavía estamos pergeñando qué hacer con la república, con el Estado y la sociedad, cómo construirlas sobre principios que ordenen y cohesionen relaciones sociales, políticas y económicas. Aún hoy la discusión versa sobre cuestiones esenciales que supuestamente ya estaban resueltas, como separación formal y real de poderes, federalismo, contrapesos al poder político y al poder económico, las libertades civiles y los derechos humanos, la democracia representativa, la justicia social.

La multiplicidad de factores propiciadores de la disensión social parece aumentar. Sin ruta en el tránsito de un fin de ciclo hacia algo sin forma ni fondo, crece el riesgo de desembocar en caos. De ahí que sea preciso prescindir de la visión unilateral que pretende imponerse, cuando lo que se requiere es reflexión plural que fundamente el compromiso de todo el tejido social.

Diálogo y debate son inaudibles e incomprensibles ante el gran ruido de fondo. Un clamor representativo de millones de ciudadanos que no encuentra cauce ni respuesta. Hemos de insistir en que no solamente se trata de la ineficiencia del sistema político, sino, además, subrayar la ineficiencia del sistema económico clasista, fábrica de excluidos y pobreza, así como corruptor (verdadera fuente de la corrupción que inunda la sociedad y se manifiesta obscenamente en el ámbito público). Todos, o casi todos, insisten en cargar toda la carga de la problemática social –económica, moral y cultural—a la democracia a la cual han atribuido virtudes de las cuales carece. Como si la democracia fuese la clave que resuelve todo problema, y al no hacerlo, les parece que la democracia no sirve y se “desilusionan”.

El punto de partida fue, tal vez, que, ante la urgente demanda de democracia para dejar atrás el corporativismo autoritario, se difundió la idea que con la “transición” se abriría la puerta hacia la luz y la ansiada redención. Fue parte central del discurso empresarial –el de aquí, dependiente, y el multinacional hegemónico—en la lucha por el Estado y la nación ante el fin del ciclo histórico de la Revolución Mexicana. Mucha ambición y poca visión, pues soltaron al tigre.

Habiéndose impuesto el poder económico prohijado por el viejo régimen, el “ogro filantrópico” evolucionó en el ogro esperpéntico de la violencia social, clasista, psicológica y criminal. Quizás por temor a despertar al México bárbaro (lo cual finalmente lograron y de la manera más atroz) destacaron la desideologización de la política y de la vida social, que es lo mismo que someter la razón y el logos a la emoción, al engaño social. Como símil de la competencia del mercado, la contienda electoral devino en juego ilusionista, prestidigitador, contrastes y pugnas de personajes convertidos en estrellas fugaces. 

Es esta la dinámica de la dictadura económica disfrazada de democracia político-electoral, receptora ésta de las contradicciones, crisis, ineficiencias y carencias de aquélla. El problema radica (de raíz) en el mercado y la acumulación nacional y multinacional de capital, no en la democracia, a la cual supeditan. Realidad social salvajemente tensionada por el crimen multinacional del tráfico de estupefacientes, de armas, de migrantes, de contrabando y de lavado de dinero, ámbitos todos ellos imbricados y subordinados entre sí.

En estas terribles condiciones se pretende exigir a la democracia –aun a la minimalista electoral—lo que en modo alguno puede ofrecer. Mercado y crimen están arrasando la democracia, convertida, además, en un mamotreto contrahecho a la medida del dinero, la mercadotecnia, la frivolidad ideológica, la estulticia de las “redes sociales”, la sublevación civil por la inseguridad y la incertidumbre. Es el caldo de cultivo propicio para cualquier tipo de despotismo, ya sea tecnocrático o populista. Aunque difieren en la estructura ideológica, se hermanan en las fraseologías alucinantes –literalmente: portadoras de alucinaciones--, sentimental y emocionalmente especulativas, artilugio de ilusiones ante una mísera realidad.

 

 

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