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Vale al Paraíso / Cruz Azul campeón

  • Mario Granados Roldán

Para Mario, mi hijo, tan azul como el Cruz Azul.

Aguascalientes, Ags.- 1 de junio de 2021.- (aguzados.com).-La historia de hoy tiene muchas razones. Está escrita con la pluma fuente del corazón. La pasión. El sentimiento. La esperanza El sufrimiento. La perseverancia. El “ya merito”. Y la inquebrantable lealtad hacia el Cruz Azul. Un equipo grande que me acompaña y lo acompaño desde 1970, hace 51 años, cuando los pantalones Topeka, la loción English Leather, el Gansito Marinela, la brillantina Wildrot y los tenis Panam, estaban de moda.

Los dos primeros años lo seguí frente al televisor. Después, de agosto de 1972 a diciembre de 1979, cuando me fui a estudiar a la Facultad de Derecho de la UNAM, acudí puntualmente al estadio Azteca —acompañado de Gustavo mi hermano, Carlos del Valle de Alba y Alejandro Ramírez Guerra—, para disfrutar memorables duelos contra los Pollos del América, las Chivas del Guadalajara y los Electricistas del Necaxa, nada parecidos a los Hidrosayos que ni las patas meten en el Estadio Sin Victoria.

Sin que yo fuera su talismán, por mera casualidad, en la temporada 1971-1972 ganaron su tercer título de Liga en su primera temporada en el Coloso de Santa Úrsula.

Rápido se fueron esos nueve años de saborear las mieles presenciales de los campeonatos obtenidos, de paladear la extraordinaria calidad futbolística del Superman Miguel Marín, el Centavo Muciño, Eladio Vera, Alberto Gómez, el Kalimán Guzmán, Juan Manuel Alejandrez, el Mariscal de la defensa, Alberto Quintano, Fernando Bustos, el Conejo Pérez, Javier Sánchez Galindo, Héctor Pulido, Cesáreo Victorino y los mejores entrenadores que México tuvo en aquella época, don Nacho Trelles y Raúl Cárdenas.

El 1 de septiembre de 2020, en este mismo espacio, fijé postura —libre de distorsiones mentales—, para vacunarme ante posibles puyazos, particularmente, de los Pollitos del Ame que desde hace dos torneos no son capaces de pisar los terrenos de las semifinales en la liguilla.

Contabilizo cuatro décadas al lado del Cruz Azul. Después de ocho estrellas bordadas en la playera disfruto el presente. No me altera el futuro. Menos las dos décadas de sequía en los torneos de liga. El grito de gol forma parte de cada partido, hasta ahí. La novena vendrá en el tumultuoso repechaje e incierta liguilla, que forman parte del carnaval de la industria del futbol mexicano, dije.

Todo sucede por una razón.

El peruano Juan Máximo Reynoso Guzmán llegó a la dirección técnica de una máquina destrozada para transformarla en el Tren Bala. Los trabajos de hojalatería, pintura y reparación del motor fueron tan básicos como elementales, sustanciales y efectivos. La mano de obra se distinguió por la actitud, seriedad, responsabilidad, competitividad, madurez y congruencia, además de humildad y discreción, que ya quisieran los mediáticos Piojo Herrera y Vasco Aguirre, para un día de campo.

Reynoso puede presumir que fue campeón como jugador y director técnico celeste. Se une al grupo de los grandes que han logrado esa hazaña: Carlos Reynoso en América; Alberto Guerra y Juan Manuel de la Torre en Guadalajara; y Ricardo el Tuca Ferretti en la UNAM, pero además es el primer extranjero en lograrla.

Los analistas del futbol mexicano deberán reconocer que Reynoso —el bueno, no Luis Armando— es el nuevo Rey Midas, porque en su natal Perú, en 2015, hizo campeón al Melgar tras 34 años sin levantar la anhelada copa. Antes, dio el título de Liga al Universitario de Deportes luego de 9 años de abstinencia triunfadora. Y el domingo 30 de mayo de 2021, le entregó al Tren Bala de Cruz Azul la novena estrella que correteó durante los últimos 23 años.

Bien haría Juan Reynoso en ofrecerle a Morena-Gobierno la fórmula para acabar con la sequía en el campo mexicano; que la entienda la inepta 4T es otro asunto.

La Nación Azul siempre llevará en su corazón a todos los extraordinarios jugadores, empezando por el capitán Jesús Corona, que le dieron este nuevo título forjado en los talleres del talento. La concentración. El pundonor.  La entrega ilimitada. Y el profesionalismo. Para salir victorioso en la madre de todas las batallas.

Todo sucede por una razón.

El martes pasado, sin ser el sacerdote de Apolo en el templo de Delfos, adelanté que Cruz Azul se dirigía a obtener el noveno título en el séptimo intento desde 1997. Para el escribano de Vale al Paraíso, cabalero irredento en los asuntos de la patada, 7 y 9 se engarzan para que levante el ansiado trofeo del futbol mexicano, de acuerdo a la fría estadística que arrojaba el 77.33% de efectividad en los últimos 25 juegos disputados.

El Tren Bala deberá confirmar la efectividad para llevar a las vitrinas del club la novena en la séptima final disputada desde 1997, año que por cierto termina en 97, añadí cauteloso.

Todo sucede por una razón.

Al día siguiente de obtener el pase a la final, dos Pollitos del Amé y un seguidor del Ranchuca —los tres belicosos y apreciados amigos— me enviaron sus memes para recordarme tristes pasajes de finales pasadas, en calidad de agoreros de otro desastre; el que se lleva se ríe, comprendí.

Para contener el fraterno ataque que se gestaba en la semana, les propuse a los dos panistas con camiseta amarillo Pollo y al del Pachuca, que se casara una apuesta simbólica; un valiente Pichoncito la aceptó, los otros dos huyeron despavoridos, prefirieron la graciosa huida en lugar de la apasionada apuesta.

En este caso, “No aplica el descuento en caja”, se lee en la cabina del Tren Bala de Cruz Azul.

Alegre final.

Tarde pero sin sueño la justicia divina y la justicia terrenal sentenciaron: Cruz Azul campeón. La realidad recordó que las derrotas no son para siempre.

Porque alguien tiene que escribirlo: Gobierno-Morena perderá el domingo en Aguascalientes hasta el etílico modo de andar.

Coda: La novena estrella en el escudo

granados1jun21

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