David Pérez Calleja
El argumento del verbo falla cuando el falo se erecta.
Nadie, en su sano juicio podrá jamás defender la vulgaridad de un Legislador que exhibe con su lenguaje la insana actitud del machismo antisocial y violento.
¿Por qué motivo, la señal del dedo medio levantado ofende tanto al movimiento feminista? ¿Será cierto que la carencia del pene en la niñez genera envidia a la mujer, mientras al varón provoca temor de posible castración? ¿Por qué mientras una niña gusta de curiosear con el pene, el tímido niño teme que lo castren?
Una posible respuesta proviene de la teoría del desarrollo psicosexual de Sigmund Freud quien sostiene que la sexualidad es la energía vital que mueve el comportamiento del ser humano. Sin embargo, a casi 130 años de su creación teórica, esos estudios no resultan ya tan ciertos para los nuevos movimientos sociales.
El falo-centrismo, hoy es la crítica más reciente que la ideología del feminismo ha desarrollado para mostrar su desacuerdo con las antiguas teorías freudianas. El creciente movimiento feminista utiliza la ideología del falo-centrismo para referirse al “terrible” culto al pene y los testículos del órgano reproductor masculino y que simbolizan el centro de poder patriarcal entre nuestra sociedad.
Al parecer, el feminismo del siglo XXI piensa que la solución a su fantasía de poder consiste en castrar a los hombres y el camino más viable para empoderar a la sociedad feminista que, desnudándose entre las miradas de sus bellos eunucos, podría sentirse más cómoda que sosteniendo relaciones sexuales con hombres fértiles y con el riesgo de cargar con embarazos peligrosos o penosos.
La ciencia ha demostrado que la mujer es todo sexo. Que ella goza profundamente del placer de una relación amorosa y demanda de las más suaves caricias en todo su ser; sin embargo, es vulnerable ante la cercanía de un hombre. Su cuerpo es sumamente erótico y sensible, el hombre lo sabe y ella se rinde. Ella no lo rechaza por ser hombre; lo hace por su violencia, por su carencia de sensibilidad amorosa. Ella no le teme a él por ser hombre, sino a su propia fertilidad indefensa.
El aborto, de ninguna forma es una práctica criminal que la mujer busque por placer; es la consecuencia de una relación sexual de máximo riesgo que podría generarle infelicidad. Es la causa de una relación que debiendo ser placentera, a la postre produce más de una víctima, o tal vez tres. La mujer en su aparato reproductor contiene el don divino de la vida; es la tierra húmeda y fecunda: el hombre apenas es la semilla. La mujer es toda la sexualidad de la humanidad, más no representa toda la fecundidad de la especie.
El aborto voluntario, sin embargo, no representa el mejor camino hacia la felicidad como fin último de la humanidad; es apenas el oscuro camino que pretende reparar el antiguo descuido en la prevención del embarazo.
Existe diferencia conceptual entre libertinaje y libertad. Dentro de una sociedad conservadora y defensora de la familia, la reproducción de la especie es una decisión individual que se toma en total libertad y responsabilidad. La inconsciencia reproductiva, aparece con el rompimiento del tejido social, con la paternidad irresponsable de mujeres y hombres y con el libertinaje del placer sexual que incrementa el riesgo de embarazo indeseado cuya solución se reduce a la pastilla del día siguiente, o a la violencia de un legrado inconsciente.
Es muy complicado coincidir con una ideología violenta que propone como solución a su irresponsabilidad la castración del pene del hombre y que al mismo tiempo intenta empoderar a una mujer que promueva el placer sexual irresponsable y el aborto como solución de su placer insatisfecho.
Freud no se equivoca tanto. El sexo es la energía vital que mueve el comportamiento del ser humano. Tengo la impresión de que el inteligente agrupamiento feminista que se ofende ante la señal de elevación del dedo medio que, por supuesto nadie en nuestro sano juicio aprueba, también expresa su inexplicable envidia ante el pene por ser el instrumento fálico que la pone en riesgo y estimula su hermoso instinto del infinito placer sexual que le caracteriza.
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