David Pérez Calleja
A Dereck Nicolás A.P
Aquella madrugada las manecillas de mi reloj de pared se encimaban y el tic tac que jamás se detenía marcaba apenas las tres treinta horas de un jueves de insomnio que amenizaba su intensa oscuridad con la frescura de un diciembre atípico dispuesto a celebrar un día muy especial. Una fecha en la cual el concepto del amor se expresaba en el calendario como el “día internacional de las personas con discapacidad”.
Mientras intentaba despertar me topé con el mensaje de los apasionados por la música instrumental. Allí estaba el celular indispensable de la nueva realidad virtual, aquél que rodeaba ahora mi pasión por la comunicación.
Ya inmune, emprendí la primera aventura musical de ese amanecer con la dulce melodía del “matrimonio de amor” interpretada por Richard Clayderman sobre la danza mágica de un modelo de enamoramiento clásico dispuesto a comenzar el recorrido infinito de aquel intrincado laberinto de la sobrevivencia humana.
Y abrí mis ojos y me encontré con el Triángulo de la Verde Amarela. El trazo colorido de un pequeño “humanito” rebautizado así por su amorosa y entusiasta Madre y su preocupado y a veces tan impaciente Padre.
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Dereck Nicolás era su cristiano nombre. Apenas cumplía sus catorce años. Hombre de sonrisa franca, de entendimiento pronto y de silencios obligados por una lengua gruesa y estorbosa. Era el chico de la rebeldía ocasional, de la Trisonomía 21, del cuello corto, de las orejas pequeñas, de la testa aplanada y de los ojos claros y rasgados. Era aquel niño tan amado que había crecido tan pronto. El fortachón Ser de la sonrisa amorosa que naturalmente y sin ayuda arrinconaba al deber ser en un baúl sin fondo.
Era él, quien la miró fijamente y le dio la mano. Y enseguida la abrazó y bailó con ella. Y muy alegre la estrechó con el abrazo del amor adolescente. Era él, quien sin saber bien a bien de dónde provenía, le expresaba un profundo sentimiento que nacía de su naturaleza, de su leal y amoroso Ser, de ese fuego natural que sale de lo más hondo su alma.
Y él avanzó nervioso y venció su curiosa timidez. Y le sonrío nuevamente y se acercó a ella en innumerables ocasiones. Y luego, con palabras cortas guiadas por mi talento de Don Juan, coqueteó y le preguntó; ¿y cómo te llamas? Y tímida ella sonrió: Ceci, le dijo muy quedo mientras él, seguramente sin quererlo, golpeaba suavemente el piso con la punta de sus pies mientras pretendía volver a sentir el agradable abrazo del placer y la abrazó.
Al conocerla se ambientó y compartió la libertad de tocar su cabello y luego disfrutó la sensación de acariciar una y otra vez su grácil rostro. Y al escuchar su suave y tímida voz también quiso capturar el especial aroma de una piel que seguramente jamás olvidaría.
Yo no dudo que aquella mañana fresca del año veinte en su tercer día de diciembre, el ritmo del amor lo haya cautivado con su música. Muy gallardo, él había sacado el pecho y aguantado la respiración dispuesto a lucir su mejor figura. Pidió guiñando el ojo ¡hey, abue! y luego se tomó la mejor fotografía, allí muy cerca de ella, de su música, de su danza y de su figura.
Aquel cumpleaños, Nicolás siguió las pausas que la humanidad había perdido frecuentemente entre su violento y cotidiano estrés. Él tan sólo siguió los pasos de aquél amor que nos vigila con celo y aquella pasión nos acompaña desde nuestro nacimiento y que con frecuencia olvidamos en algún rincón de nuestro frío edificio cubierto de indiferencia.
Y escribí esta lección hasta ver el amanecer del nuevo día.
Cuando Clayderman, nos regaló su “corazón de niño” jamás imaginó que latiría con la fuerza de un Nicolás enamorado y que la tomaría del brazo para guiarla y alzaría su pequeña mano izquierda en todo lo alto y pondría su derecha sobre la cintura estrecha para girarla con la cadencia de la música y del piano del alma.
Hoy lo vi enamorarse y escuché el tremendo palpitar su corazón.
Hoy me alegré con él.
Hoy fue un día grande para él. Y para mí también.
Y valoré más la dificultad que tiene para iluminar los triángulos, cuadrados y círculos con rayones gruesos y delgados, y la sensibilidad tan especial que tiene para crear un arte sin una apariencia uniforme que tan sólo intenta satisfacer mis emociones.
Él lo hace para mí y busca llenar de color mi propia vida.
Él honra a la Trisonomía 21 y también a quién lo ama.
Él solo desea sentir, amar y vivir.
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