- Se estima que los altares de muertos los utilizaron las culturas prehispánicas
Alfonso Morales Castorena
Aguascalientes, Ags., 31 de octubre de 2014.- (aguzados.com).- En nuestra entrega anterior hablamos de la serie de connotaciones que se guardan en torno a la celebración de Todos los Santos y Los Fieles Difuntos, que datan, según los historiadores, desde aproximadamente el año 1800 A.C., en esta ocasión trataremos de los rituales que los antiguos pobladores, de lo que luego sería la Nueva España, realizaban para honrar y en ocasiones venerar a quienes se les adelantaron en el viaje sin retorno.
Para esas culturas que desarrollaron los pueblos mesoamericanos, en su calidad de idólatras la muerte no estaba ligada a religión alguna, salvo a sus muy particulares creencias y las ideas de que existía un cielo o un infierno, ya fuera para premiar o castigar a quienes dejaban de existir les eran completamente desconocidas: Muchas de esas culturas prehispánicas, por no decir la totalidad de ellas, tenían muy arraigada la creencia de una vida después de la muerte.
Basaban su idea de la muerte, en el rumbo que tomaban las almas de quienes dejaban de existir por las circunstancias en las que acaecía su deceso y no por su comportamiento terrenal o la conducta que hubieran observado en vida y de esta creencia o forma, circunstancia o causa de muerte, las almas de los difuntos tomaban diferentes direcciones donde descansarían al lado de sus dioses por toda la eternidad.
Así, tenemos que aquellos que morían en circunstancias relacionadas con el agua, se asentaban en el reino de Tlalocan o también conocido como el paraíso de Tláloc, el dios de la lluvia en la mitología azteca.
En este tipo de clasificación de muerte se contaban a quienes eran víctimas de un rayo en época de lluvias o de manera fortuita, quienes dejaban de existir como consecuencia de enfermedades relacionadas con el agua, como la gota, la hidropesía, la sarna o las bubas, así como los infantes que eran sacrificados al dios Tláloc para pedir una buena temporada pluvial.
Los aztecas creían que el reino de Tlalocan o Tláloc, era un edén permanente, lugar de reposo eterno, de abundancia de las carencias que se tenían en la tierra y aun cuando los cadáveres de los predestinados a ese paraíso eran incinerados, las cenizas o sus restos se enterraban en la tierra como si fueran semillas, por la creencia que tenían que al hacerlo “germinarían en una nueva vida, distinta de la que ya habían tenido”.
En cambio al reino de Huitzilopochtli, su dios de la guerra, al que llamaba el paraíso de Omeyocán, iban, en primer lugar, los guerreros que perdían la vida en combate y enseguida los cautivos o prisioneros de guerra que eran sacrificados en su honor y las mujeres que morían en trabajos de parto.
Las parturientas tenían ese destino al morir porque eran comparadas con los guerreros, en virtud de que libraban una gran batalla para dar a luz y se les sepultaba en medio de rituales especiales en el patio de palacio con la finalidad de que acompañaran al sol desde su nacimiento hasta que se ocultaba en el horizonte.
La muerte de estas mujeres, en forma especial, era motivo de profunda tristeza, pero al mismo tiempo de una gran alegría entre sus parientes, puesto que se creía que por su enorme valentía, el dios del sol las tenía como sus compañeras eternas.
Y dentro de esos parámetros de valores, creencias y culto a la muerte que se desarrollaba en casi todos los pueblos de la antigua Mesoamérica, habitar en el paraíso de su dios de la guerra, era todo un privilegio.
La historia da cuenta también que el Omeyocan era un lugar de gozo permanente, en el que se festejaba al sol y se le acompañaba con música, cantos y bailes y se tenía la creencia de que los muertos que iban al Omeyocan volvían al mundo, convertidos en aves de plumas multicolores y hermosas, después de cuatro años.
En cambio morir durante la guerra era considerada como la mejor de las muertes por los mexicas, para ellos, a diferencia de otras culturas, dentro de la muerte había un sentimiento de esperanza, pues ella les ofrecía a los guerreros la posibilidad de acompañar al sol en su diario nacimiento y trascender convertidos en pájaro.
También se hablaba de un sitio muy oscuro, sombrío, solitario, sin ventanas, del que ya no era posible salir o abandonar por mediación de ninguna deidad, al que se llamaba el Mictlán, que estaba destinado para quienes dejaban de existir de muerte natural y que era regido por los señores de la muerte, Mictlantecuhtli y su esposa, Mictecacíhuatl, que vigilaban día y noche que las almas de los difuntos permanecieran en ese sitio.
Pero a diferencia de los paraísos anteriores, para llegar a éste las almas debían de transitar por caminos tortuosos y muy difíciles durante cuatro años, al final de su recorrido tenían para su reposo momentáneo, según la mitología mesoamericana, un lugar llamado Chicunamictlán, donde descansaban o simplemente desaparecían.
Para recorrer esos caminos difíciles y tortuosos, el difunto era enterrado con un perro llamado Xoloitzcuintle (raza canina sin pelo), el cual le ayudaría a cruzar un río y llegar ante Mictlantecuhtli, a quien debía entregar, como ofrenda, atados de teas y cañas de perfume, algodón (ixcátl), hilos colorados y mantas, en tanto que quienes iban al Mictlán recibían como ofrenda, cuatro flechas y cuatro teas atadas con hilo de algodón.
Mientras que los niños que morían tan a temprana edad o dentro de la pubertad, sin llegar a la adolescencia, tenían un lugar especial, llamado Chichihuacuauhco, donde se encontraba un árbol de cuyas ramas goteaba leche, para que se alimentaran y los niños que llegaban ahí volverían a la tierra cuando se destruyese la raza que la habitaba, que según la creencia de esas culturas, de esa forma, de la muerte renacerían la vida.
¿Origen del Altar de Muertos?
Acaso el ritual que seguían los entierros prehispánicos dieron origen a lo que hoy conocemos como Altar de Muertos, porque aquellos eran acompañados de ofrendas que contenían dos tipos de objetos: los que en vida, habían sido utilizados por el difunto y los que podría necesitar en su tránsito al inframundo, según el destino que aguardaba a su alma, pero hasta la fecha no existe un dato preciso que refiera el nacimiento de ese tipo de homenaje a los difuntos.
Sin embargo, los sepelios prehispánicos parece ser que fundamentaron esa tradición que hoy se guarda, porque en ellos era muy variada la elaboración de objetos funerarios contándose entre ellos, instrumentos musicales de barro, como ocarinas, flautas, timbales y sonajas en forma de calaveras; esculturas que representaban a los dioses mortuorios, cráneos de diversos materiales (piedra, jade, cristal), braseros, incensarios y urnas.
Las fechas en honor de los muertos eran tan importantes para los pobladores de esos pueblos de Mesoamérica, que les dedicaban dos meses de rituales y homenajes, ceremonias y honras, que dividían en dos grandes festejos durante esos sesenta días.
En el primer mes llamado Tlaxochimaco se llevaba a cabo la celebración denominada Miccailhuitontli o fiesta de los muertitos que iniciaba alrededor del 16 de julio cuando se cortaba en el bosque el árbol llamado xócotl, al cual le quitaban la corteza y le ponían flores para adornarlo y en esa celebración participaban todos los pobladores de esa etnia y se hacían ofrendas al árbol durante veinte días.
Luego en el décimo mes del calendario mexica, se celebraba la Ueymicailhuitl o fiesta de los muertos grandes, es decir la que se dispensaba a los adultos, a los guerreros y a las mujeres que habían muerto en trabajos de parto y esta celebración se llevaba a cabo alrededor del 5 de agosto, cuando decían que caía el xócotl.
En esta fiesta se realizaban procesiones que concluían con rondas en torno al árbol, se acostumbraba realizar sacrificios de personas y se hacían grandes comidas, después ponían una figura de bledo en la punta del árbol y danzaban a su alrededor, vestidos con plumas preciosas y cascabeles.
Al finalizar la fiesta, los jóvenes subían al árbol para quitar la figura, se derribaba el xócotl y terminaba la celebración, en esta fiesta, la gente acostumbraba colocar altares con ofrendas para recordar a sus muertos, cuyo ritual viene a reforzar la hipótesis histórica de que es el antecedente del actual Altar de Muertos.
Concluiremos nuestra entrega con la cita de las diversas celebraciones que se realizan en diferentes estados de la República para honrar a nuestros Fieles Difuntos y esperamos que el Día de Todos los Santos haya sido la fecha anual para recordar que nacimos para morir y que desde el momento en que nacemos, empezamos a morir.
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