
- Algunas reflexiones ante la cercanía de la emblemática fecha del 5 de febrero
Jorge Varona Rodríguez
Aguascalientes, Ags, 04 de febrero de 2025.- (aguzados.com).- Durante el siglo 20 el proyecto nacional se sustentó en la Constitución de 1917, la cual ratificó la doctrina de las garantías individuales. Concepto que se amplió en 2011 al de los derechos humanos pro-homine o pro-persona, es decir aplicar la norma más favorable a la persona humana bajo los principios de universalidad, interdependencia, indivisibilidad y progresividad; sujetándose a las prescripciones de los tratados internacionales sobre la materia, habiendo introducido el principio pro-persona en el párrafo segundo del artículo primero.
Ahora bien, los derechos humanos están indisolublemente vinculados a los derechos sociales, cuyo postulado esencial quedó claramente dispuesto en el artículo tercero (la democracia como sistema de vida, cuyo punto de partida es el derecho a la educación).
México ha tenido 9 instrumentos constitucionales. Entre ellas, destacan las Constituciones de 1857 y 1917. Aquélla, luego de medio siglo de confrontaciones, estableció en definitiva una República de ciudadanos en lugar de una sociedad de siervos como fue la Colonial, así consignó los derechos individuales, además de velar por una República Federal, Democrática, y Representativa.
Vigente durante 60 años, la Constitución de 1857 asumió los principios del liberalismo del Siglo XIX, aunque no reparó en el grave problema de la desigualdad social, herencia directa del Virreinato. Destacó los estados de la federación, pero se olvidó del municipio.
El Siglo XX comenzó en México con la Revolución Mexicana de 1910, cuya razón esencial fue la injusticia y la inequidad social del Porfiriato. Fue necesaria la violencia popular para romper cadenas y generar los factores de cambio que condujeron a la promulgación de la Constitución de 1917, que a su vez fue el punto culminante de la Revolución.
La Constitución de 1857 fue el resultado de un largo proceso de luchas internas y externas, que condujeron finalmente a la libertad y a la independencia, definieron la soberanía y la autodeterminación. La de 1917 sentó las bases para el actual sistema democrático y plural. Postuló nociones de justicia social y económica, ratificó la vigencia del Estado laico, reconoció los derechos de los trabajadores y estableció el derecho inalienable de la nación sobre el territorio y el subsuelo.
La de 1917 no surgió como reforma a la de 1857, aunque de ella haya heredado los principios básicos, sino como una nueva Constitución, más vigorosa en cuanto recogió las aspiraciones de justicia del pueblo mexicano, les dio forma y fijó los fundamentos para que, en un proceso progresivo (aunque contradictorio y conflictivo, a veces, incluso, con retrocesos), fuesen realizadas por futuras instituciones, leyes, políticas de Estado y políticas públicas para la modernización de México.
El Constituyente de Querétaro agrupó principios, tendencias, valores e intereses. Todas las revoluciones de nuestra historia estuvieron allí, con el propósito de construir una nación guiada por el Derecho, formular un proyecto nacional al calor del debate democrático, conciencia crítica y normativa en el tiempo.
Hoy la vigencia de la Carta Magna, en parte por las 600 reformas. aproximadamente, y en parte a pesar de esas modificaciones, se demuestra en la institucionalización de la pluralidad política, la alternancia democrática y el reconocimiento pleno de los derechos humanos y sociales como vértice y principio de la República.
Merece destacar, por ello mismo, el precedente de la Convención Revolucionaria de 1914, uno de los hitos descollantes del movimiento político y social de 1910. Fue el punto de partida para pasar de la lucha armada a la construcción de un nuevo orden nacional por el cual se pugnaba desde 1810: hacer de la independencia una democracia sustentada en las leyes y en la justicia social. Sin la Convención no podría valorarse el contenido reivindicatorio humano y social de la Constitución del 17.
La Convención fue una asamblea nacional de polémica, y no logró la ansiada unidad política. Acudieron a ella las distintas expresiones rebeldes que se habían desarrollado en escenarios geográficos, sociales y culturales apartados. Afloraron las contradicciones del movimiento revolucionario, ya que de hecho no fue una, sino que fueron varias tendencias que se identificaron por la lucha contra la dictadura y la usurpación. La revolución no consistió en una acción reivindicadora homogénea ni en lo ideológico ni en sus propósitos ni en su táctica armada, porque no portaba una propuesta única de nación ni de democracia ni de justicia.
En el seno de la Convención bullían diferentes e incluso contrapuestas visiones de México, que se correspondían con la compleja pluralidad cultural, social, económica, étnica y política de la realidad nacional de hace un siglo –que persiste aún hoy--, y se reflejaban en las divergentes filiaciones ideológicas: agraristas, obreristas, conservadoras, liberales, socialistas y hasta anarquistas. La aportación de la Convención fue, precisamente, la abierta manifestación de esta pluralidad. Fue no solamente la disputa por el Estado, sino por la definición del proyecto nacional. Eventualmente se lograría la unidad a partir de las diferencias, no sin tropiezos y contradicciones, incluso desvíos y atropellos
La polémica acerca de muchos de esos temas sigue vigente, debido precisamente a esa compleja pluralidad del México real, sumido en la vorágine de contradicciones y desigualdades que parecen reproducirse una y otra vez en cada fase histórica, bajo distintas circunstancias y ante nuevos desafíos.
Por ello mismo, luego de 108 años debemos preguntarnos qué hemos hecho de nuestra democracia, la cual transitó de un sistema de partido hegemónico a un sistema de partidos disperso y multifacético, pero deformado por las ambiciones pecuniarias, personalismos, deslealtades a principios e incongruencia ideológica, así como el mendaz populismo.
La demanda, por tanto, es descifrar cuándo y porqué se perdió el rumbo de la justicia social. Asumir estas cuestiones de manera congruente es el gran reto del siglo 21.