
- Apuntes acerca del fetichismo en las relaciones y la alienación política
- Atomización ciudadana y fracaso de las utopías
Jorge Varona Rodríguez
Aguascalientes, Ags, 08 de enero de 2025.- (aguzados.com).- Represión es la respuesta a la inconformidad ciudadana, que se expresa de diversas maneras: 1) ideológico y sicológico; 2) precariedad social al grado de la urgencia de simple subsistencia; 3) marginación educativa y cultural; 4) contención mediante la dádiva de “pensiones”; 5) inseguridad pública y tolerancia al “crimen organizado”(¿”abrazos, no balazos” significa complacencia al grado de la complicidad?) y la expansión de la drogadicción; 6) la sistemática elusión a la problemática social y ciudadana, abandonando los reclamos populares, a fin de que decaigan por cansancio (o hagan crisis que permitan justificar acciones violentas y represivas); y 7) la coerción directa.
La insatisfacción popular no se ha convertido en sublevación por la desarticulación colectiva, la carencia de proyectos estratégicos de orden económico, social y político. Prevalece la atomización ciudadana y la acción civil inmediatista. No hay propuesta coherente ni integral. Lo cual se agrava exponencialmente por la injerencia como “operadores políticos y promotores del voto” de las bandas del “crimen organizado”, narco-criminales vinculados, según todos los indicios, a una casta política dominante.
Cuando el individuo se aleja de la realidad virtual y se acerca a la realidad real con toda su crudeza, se hunde en la apatía, se aleja de las urnas o se suma al comercio de sufragios. Éste compensa el hartazgo por los abusos oficiales, con la obvia opción del cohecho compartido, ya que el ciudadano repara en que su condición familiar y cotidiana, falseada por el discurso, la fraseología mesiánica y la mercadología, en nada se beneficia con el engañoso altruismo de la dádiva de dineros públicos y la emisión del voto reducido así a cambalache. Hay causas y razones que lo explican.
Se presentan, entre otros, cinco fenómenos: 1) la desarticulación de las organizaciones colectivas de las clases subordinadas; 2) la sujeción de la democracia a los intereses económicos dominantes; 3) El “populismo” –de “izquierda” o de “derecha”, siameses de demagogia perversa— como evasión por manipulación ideológica y emocional; 4) democracia electoral deforme y contrahecha; y 5) ausencia de democracia social.
Constituye el gran problema teórico y programático de los movimientos por la equidad y los derechos humanos en todo el mundo, desde la Revolución Francesa y el colapso del llamado “socialismo real”.
En México, la revolución social interrumpida y devenida en autoritarismo político y “economía mixta” como método de subsidiar un segundo proceso histórico de acumulación de capital (la primera, Reforma-Porfiriato; y la tercera con el reciclamiento de la modernidad económico-liberal e institucionalización de la rapiña en complicidad clase empresarial-nomenclatura política).
Compromiso histórico traicionado e inalcanzado de la “izquierda” que ofreció una utopía que no supo construir porque no logró integrar igualdad y libertad, ni en el discurso ni en la práctica, ante las exigencias pragmáticas de los procesos electorales y ante la dura realidad de gobernar en un sistema dominado por la ideología y el poder del dinero.
La democracia electoral solamente tiene sentido como institución de la sociedad democrática, pero el caso es que vivimos en una sociedad cultural e ideológica básicamente antidemocrática por las injusticias cotidianas, la desigualdad social y la inequidad desde el seno de la familia.
La democracia electoral sólo tendría valor como punto de partida de todo el proceso de participación y consenso desde abajo. De otro modo es falaz legitimación de los acuerdos entre las élites.
El regreso del salvaje liberalismo económico, tanto en la fase “global” como post-globalizadora, modificó las relaciones sociales y políticas; desmanteló los mecanismos de diálogo y acuerdo entre clases dominantes y dominadas, pero maniató las condiciones para la lucha social. Creó la ilusión de liberación de las fuerzas ciudadanas, pero las desorganizó, impidiendo todo proyecto social eficaz. Mediatizó la lucha de clases y la condujo por la vía pecuniaria del diferendo electoral.
No obstante, cabe ponderar una posibilidad liberadora, cuyo punto de partida es la crítica histórica del sistema capitalista del siglo 21, el cual inició con la contrarrevolución del “neoliberalismo” económico y político, en contraste con el siglo 20 que se abrió paso a golpes revolucionarios (México, China, Rusia, Turquía et altra) en pos de reivindicaciones humanas.
Crítica racional para fundamentar teóricamente la aspiración por la democracia social, ya que hoy en día no se cree en la ideología del mercado, pero tampoco se cree en la ideología del socialismo, y la humanidad se encuentra atrapada en medio. Antes que avanzar hacia la democracia de la sociedad hemos retrocedido a la dictadura del mercado, que no es sino una forma de referirse a lo que es, llanamente, la autocracia del empresariado y la tiranía de las trasnacionales.
El punto de partida es la democracia electoral, la cual exige atreverse a radicalizarla para llevarla a todas sus posibles consecuencias, si, en efecto, la ambición es la justicia social, hacer de los derechos humanos, sociales y culturales el tema central de las aspiraciones ciudadanas. Lo cual, para muchos, no es sino utópico y hasta ingenuo afán.
Reto reivindicatorio que se ubica entre la acción revolucionaria desde abajo y la guerra contrarrevolucionaria desde arriba. Y como en toda propuesta revolucionaria, el primer paso es la crítica social e histórica, urgente cuando “izquierda” y “socialismo” (¿socialismos?), suplantados por la demagogia populista, se quedaron sin teoría, sin crítica, sin propuesta y sin revolución.
El imperativo, entonces, radica en resolver el déficit de racionalidad en las relaciones sociales y políticas. Modificar jerarquía y vínculos entre democracia, Estado, mercado, sociedad civil, participación social e iniciativa ciudadana.
De inicio, ejercer con mucha mayor ambición la pedagogía de la cultura cívica y democrática. Llevar a cabo la enorme empresa educadora en el seno de la comunidad y en la conciencia del ciudadano. Advertidos que todas las utopías que lo intentaron –desde el cristianismo, hasta la revolución proletaria— fracasaron o se extraviaron en el sinuoso camino de la historia.