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POLITICOSAS / La justicia y la ley

  • Javier García Zapata

Aguascalientes, Ags.- 23 de junio de 2019.- (aguzados.com).- Me cae muy bien el Tremendo Juez de la Tremenda Corte, cuyo nombre, por cierto, nunca he podido conocer; pero me cae mejor el Rey Salomón, a quien admiro en su carácter de juzgador y no de monarca.

Infinitamente distintos uno del otro, los une una cualidad de la cual carecen ya no digamos los ciudadanos, sino infinidad de encargados de impartir justicia: el sentido común; tan famoso y tan ausente pese a sus evidentes practicidad y efectividad. Una cualidad que, cultivándola, nos ahorraría innumerables e innecesarios conflictos, y textualmente muchos dolores de cabeza.

(Ahora que estamos en pleno proceso de reforma de la Reforma Educativa, bien haríamos en incorporar a los planes de estudio, entre otros contenidos, una asignatura de sentido común, que vaya más allá de la lógica).

La sentencia de Salomón en el caso de las dos mujeres que reclamaban la maternidad de un hijo es paradigmática; si el caso hubiese ocurrido en nuestro “sistema de justicia” quizá fuesen los choznos del bebé en disputa quienes acabarían litigando en los tribunales: para demostrarlo, ahí está el asunto de San José de Gracia, también antonomástico, al igual que tantos juicios civiles, laborales, mercantiles y penales que “duermen el sueño de los injustos”.

Salomón con puro sentido común resolvió de inmediato y con acierto la querella. Sí, era la máxima autoridad y no cabía recurrir la sentencia, pero también es cierto que las mujeres acudieron sin pruebas, sin identificación, sin acta de nacimiento del menor, sin testigos, sin comprobante de domicilio, y hasta sin abogados…

A pesar de que el Artículo 17 constitucional —el mismo que garantiza justicia pronta, completa, imparcial y gratuita— posibilita “privilegiar la solución del conflicto sobre los formalismos procedimentales”, lo cual podríamos traducir al lenguaje coloquial como “vale más un mal arreglo que un buen pleito”, lo cierto es que el legalismo prevalece en la mayoría de los casos, con la consecuente afectación del derecho a una justicia expedita.

El Sistema de Justicia Penal Acusatorio, que busca propiciar acuerdos y evitar juicios largos, no ha resultado la panacea, pero como buena intención cuenta y habría que trabajar en su perfeccionamiento permanente, pues al día de hoy, según queja generalizada, favorece más a quienes delinquen que a las víctimas; eso sí, de manera más rápida que antaño.

Quizá convendría explorar la aplicación de procedimientos similares en las otras materias del derecho, pues si tomamos por cierta la afirmación de que “justicia que no es pronta, no es justicia”, bien podemos concluir que, en efecto, la justicia sólo habita en el papel y apenas ocasionalmente es invitada a los tribunales.

¿Justicia o leyes? Hay por ahí un chiste que relata la mañana en que el chofer llevó a un juez a sus oficinas, y al momento en que el magistrado estaba por descender del auto le dijo: “Tenga un buen día y que hoy haga justicia”, a lo que el togado respondió, retomando su asiento: “Lléveme de regreso a casa”.

Seguramente no todos tenemos los conocimientos teóricos para elaborar una disertación profunda acerca de esta aparente disyuntiva; sin embargo, intuitivamente percibimos, sabemos, lo que es o no justo, entendiendo por justicia “dar a cada quien lo que le corresponde” (Ulpiano). Ello como condición para mantener la armonía social. Demandamos justicia porque nos es indispensable para la propia sobrevivencia individual, social y como especie.

Volviendo a Salomón, recibió “riquezas y bienes y gloria como ninguno de los reyes que fueron antes de ti, ni los que vendrán después de ti”, porque, a invitación de Dios, “nada más” pidió sabiduría para gobernar con justicia.

La bienaventuranza que habla de “hambre y sed de justicia” es mucho más que una metáfora. Estudios científicos respaldan la literalidad en las palabras de Jesús en su Sermón de la Montaña, y de su sentencia (contenida, por cierto, en el Evangelio de este sábado: Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia, y lo demás les será añadido. (Mt. 6:33).

Según científicos de la UCLA (2008) “la equidad activa la misma parte del cerebro que responde a la comida”; podríamos “estar programados para ver la justicia como una recompensa”.

Infortunadamente, hay leyes que no sólo no interpretan la justicia ni son vehículo para su aplicación, sino antes bien la obstruyen y hasta la combaten.

Adicionalmente hay que lidiar con todo un aparato burocrático, que incluye desde notificadores hasta proyectistas, y del otro lado mercenarios del Derecho, o abogados cuando bien nos vaya. Muchos personajes con no poca frecuencia son presas de la indolencia, de la ambición o de presiones de diversa índole que los conducen a la corrupción, en detrimento de su tarea y en perjuicio de los más débiles.

Necesitamos transitar de un país de abundantes y complicadas leyes que casi siempre favorecen a los poderosos hacia un país de mejores jueces y de justicia sin adjetivos.

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